El poeta expresó, con emotividad y magnifica calidad literaria, muchos de los anhelos, ansiedades, angustias, dudas, deseos, ensueños, inquietudes, temores, tristezas y tormentos que han desvelado y sacudido a mujeres y hombres de todos los tiempos.
En mi hogar infantil, la casa donde vivía con mis padres y mis hermanos, no había libros. Sin embargo, desde primero de secundaria me aficioné a visitar las librerías de viejo del centro, en las que abundaban títulos que me parecían muy atractivos a un precio accesible para un adolescente que recibía de domingo una muy módica cantidad.
El primer libro que leí fue Plenitud, de Amado Nervo, que me dejó cautivado. Supe que la lectura sería uno de mis grandes placeres y que quedaba emplazado a leer el resto de la obra del autor de ese mi primer libro. En Plenitud, Nervo comparte su comprensión del arte de la buena vida en una época en la que no proliferaban los libros de autoayuda. Muestra en esas páginas su cabal entendimiento de que la vida es un tesoro no renovable y de brevísima duración, por lo que es indispensable saber paladearla plenamente. Cada una de sus consideraciones me hizo reflexionar en mí mismo a una edad en la que se iniciaba mi adolescencia y todo me parecía confuso y extraño.
En ese libro y en el resto de los del poeta nayarita encontré una sensibilidad exquisita e intensa, un espíritu elegante e inquieto, un misticismo sublime que convivía con una sensualidad desbordante, una imaginación sin fronteras, una intuición aguda para vislumbrar aquello que no percibimos con los sentidos. Todo eso, que lo caracterizaba como un hombre extraordinario, quedó magistralmente manifestado en la poesía y la prosa de Amado Nervo.
Décadas después de su muerte se puso de moda, en los círculos académicos e intelectuales, tildarlo de cursi. Siempre olfateé en esos juicios cierto tufillo de envidia. La poesía casi nunca ha sido demasiado popular, y no ha habido un poeta más popular ni más querido que Amado Nervo. Escribió el bardo argentino Baldomero Fernández Moreno: Cierra un poco la puerta de la calle. Amado Nervo ha muerto. Estáis de luto todas las mujeres.
Por supuesto, que un escritor sea popular no significa que sea un buen escritor. Pero Amado Nervo expresó, con emotividad y magnifica calidad literaria, muchos de los anhelos, ansiedades, angustias, dudas, deseos, ensueños, inquietudes, temores, tristezas y tormentos que han desvelado y sacudido a mujeres y hombres de todos los tiempos.
De ahí el gigantesco homenaje —el más grande jamás brindado a un escritor— que se le tributó al morir, hace 100 años, en todos los países de habla hispana. En todas las ciudades por donde pasaba el féretro, traído a nuestro país desde Montevideo en barco, multitudes salían a darle el último adiós con admiración y pesar. Esa veneración no fue producto de la publicidad. No había entonces televisión. Un escritor no era admirado por salir en pantalla o dar entrevistas sino porque sus admiradores habían leído su obra.
Me conmueve en Amado Nervo la ardiente tensión entre su inclinación al ascetismo, los sobresaltos eróticos que lo asaltaron siempre, su pasión amatoria y su aspiración de encontrarse con Dios. Al leer al teólogo Thomas de Kempis parece dispuesto a renunciar a los labios que al beso invitan, pero no deja de estremecerse al contemplar la rara belleza, el ritmo en el paso, la innata realeza de porte o las formas bajo el fino tul de las mujeres tentadoras.
Se atormenta entre la obsesión de castidad y las tentaciones de Eros. ¡Retírate! He bebido de tu cáliz, y por eso / mis labios ya no saben dónde poner su beso… Se dice dispuesto a acudir al llamado de Dios sin volver siquiera la mirada para mirar a la mujer amada, pero al morir Ana Cecilia Dailliez, su más grande amor, sopesa la posibilidad de suicidarse para reunirse con ella en el más allá y sólo desecha esa idea ante el miedo de perderla para siempre por el pecado de quitarse la vida.
Su devoción por Ana Cecilia fue absoluta: Todo en ella encantaba, todo en ella atraía: / su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar. / El ingenio de Francia de su boca fluía. / Era llena de gracia como el Avemaría. / ¡Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar! Dice Francesco Alberoni que no es que el enamorado imagine fantasiosamente cualidades en el ser amado sino que el enamoramiento hace que descubra en ese ser virtudes reales que los demás no distinguen. Amado Nervo tenía amor y gusto ingentes para el hallazgo de los atributos de su amada.
Alzo mi copa por ese enorme, irrepetible poeta.