El héroe

El héroe, define Fernando Savater, “es quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia”. Añade: “El héroe aspira a la perfecta nobleza”. Cada quien elige a sus héroes. Los que yo prefiero no son los que persiguen a sus adversarios o despanzurran a los enemigos en nombre de la patria, la fe o la utopía. No los que, en aras de valores abstractos de la causa que defienden, recurren a métodos de terror que destruyen vidas concretas –mundos presentes irrepetibles– por lograr el mundo que les parece deseable.

            No los que protagonizan o llaman a revoluciones violentas y en el discurso se proponen depurar a la sociedad de todos sus males, pero al tomar el poder no destierran esos males, sino además agregan otros, erigen una santa madre iglesia política en la que se condena toda clase de disidencia y en lugar de librar a la sociedad de sus dolencias la purgan de los disidentes.

            No los que, para alcanzar el poder que codician más que nada en la vida, agitan a las masas para agenciarse adeptos prometiendo soluciones inmediatas a problemas complejos que no pueden resolverse con una varita mágica. No los que pretenden vengar agravios históricos de tiempos inmemoriales propalando mensajes de odio, incitando a la revancha por ofensas que ocurrieron hace varias generaciones.

            Mi héroe es el enamorado que rescata a su dama del dragón en una lid que, a pesar de lo desigual, sabe que no puede perder porque se está jugando en ella lo más valioso, lo que más sabor y color da a la vida. Es Ulises, no el de la trama del Caballo de Troya, sino el que con ingenio y arrojo salva la vida de sus compañeros y la suya en la cueva del cíclope. Es Perseo, que con astucia y valor paraliza a la gorgona al mostrarle la imagen de su rostro contorsionado.

            Es Don Quijote, quien sale al mundo a desfacer tuertos y, derribado por el Caballero de la Blanca Luna, bajo la lanza que lo ha batido, conminado por su vencedor a que confiese las condiciones del lance, proclama: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”.

            Es Mandela, en cuyo corazón no anidó el odio tras pasar buena parte de su vida en prisión, y al ser liberado no se propuso desquitarse instaurando un régimen en el que los hasta entonces humillados aplastaran a sus opresores, sino sentar las bases de una sociedad democrática en la que todos fueran iguales ante la ley. Es Malala, la niña que desafió el fanatismo criminal de los talibanes y no se resignó al destino de sumisión e ignorancia que éstos consideran el único aceptable para las mujeres.

            Es el que defiende sus convicciones distintas de las que gobernantes totalitarios quieren imponer a todos; la madre que conforta a sus hijos con palmadas anímicas y la que, abandonada, lucha día a día por sacarlos adelante; el médico de cuerpos o almas que alivia el dolor o sana a sus pacientes sin excederse en sus honorarios; el científico que se encierra en el laboratorio para descubrir la vacuna o el medicamento que prevendrá o curará la enfermedad; el policía y el bombero que por proteger una vida arriesgan la propia; el defensor de derechos que no hace de la causa trampolín político ni negocio.

            Es Jesús García Corona, el ferrocarrilero que murió en el estallido de la locomotora cargada de explosivos tras alejarla del pueblo de Nacozari para salvar a sus habitantes.

            Es Gonzalo Rivas Cámara. El 12 de diciembre de 2011, una bomba de servicio de la gasolinera donde trabajaba, en la autopista México-Acapulco, quedó envuelta en fuego provocado durante una protesta de normalistas de Ayotzinapa, lo que generaba el riesgo de explosión de los tanques subterráneos que habría lanzado por los aires las casetas de cobro, los autobuses y los automóviles. Mientras sus compañeros escapaban, Gonzalo se quedó apagando el fuego con un extinguidor, pero un depósito de gasolina estalló y él fue alcanzado por las llamas. Murió luego de tres semanas de agonía. Luis González de Alba ha propuesto que se le otorgue la medalla Belisario Domínguez. Creo que nadie la merece como él.