Estremece la historia de las tres mujeres que, privadas de su libertad en la adolescencia o en la más temprana juventud, fueron mantenidas cautivas en una casa de Cleveland alrededor de diez años. Será interesante conocer la versión del secuestrador sobre sus motivos.
El secuestro vulgar se comete para obtener dinero a cambio de la libertad del secuestrado. El móvil único es la codicia desaforada.
Los encierros que se prolongan por años sin ese móvil son mucho más perturbadores. No se trata de apropiarse de una cantidad sino de apoderarse de la víctima permanentemente, de hacerse dueño de su cuerpo y de sus movimientos, lo que no ocurre ni siquiera con los internos en una prisión de alta seguridad.
El preso en un reclusorio tiene derecho a ser visitado, a efectuar alguna actividad, a leer, a ver televisión, a asearse, a alimentarse adecuadamente, a no ser maltratado. El secuestrado, en cambio, no tiene derecho a nada: su secuestrador decide inapelablemente qué le permite hacer y cómo lo trata. Y quien es privado de su libertad por un sujeto que decide reducirlo por siempre al cautiverio, es enterrado en vida. Sus días transcurren en un espacio muy reducido, asfixiante. Como nadie escapa de la necesidad de contacto con los demás y como naturalmente trata de evitar ser objeto de tratos crueles, se ve forzado a establecer cierta relación con el secuestrador en las condiciones que éste decida. El síndrome de Estocolmo (aceptación progresiva por parte del secuestrado de los puntos de vista del secuestrador) se origina en esa necesidad de sobrevivencia.
Otros horrores de la misma índole preceden al de Cleveland. Menciono algunos: a) el monstruo de Amstetten (Austria) mantuvo recluida 24 años a su hija Elizabeth, de quien comenzó abusando cuando ella tenía 11 años, la encerró a los 18 y tuvo con ella siete hijos; b) Natascha Kampuscho estuvo secuestrada en ese mismo país ocho años por el ingeniero Wolfang Priklopil, quien se suicidó arrojándose a las vías del tren cuando ella huyó; c) una muchacha húngara estuvo encerrada y sometida a maltrato por su padre durante 13 años, hasta que él murió; d) Jaycee, una niña secuestrada en California, permaneció en poder de su secuestrador 18 años durante los cuales procreó dos hijos con él, y e) en la Ciudad de México, Rafael Pérez nunca dejó salir de su casa en 20 años a su mujer y a sus seis hijos, cautiverio que inspiró la novela La carcajada del gato de Luis Spota y la película El castillo de la pureza de Arturo Ripstéin (en la cual debutó estelarmente, deslumbrando al público y a la crítica, Diana Bracho); detenido en 1959, el hombre se suicidó 12 años después en su celda mientras se estrenaba la cinta.
Mucho más que la crueldad de los secuestradores de Cleveland, lo que sobre todo me ha impresionado es la sonrisa de Amanda Berry: en lugar de la expresión amarga y deprimida por el infierno vivido durante diez años ––que incluyó violación y encadenamiento––, la alegría inmensa, triunfante, de haber recuperado la libertad. ¿Cómo pudo Amanda Berry defenderse psicológicamente durante esa eternidad, qué aptitudes y qué actitudes tuvo que desarrollar para adaptarse a esa realidad, para no quebrarse, para no enloquecer, para no perder por siempre las ganas de vivir, la capacidad de sonreír? Ω