Ni sus críticos más acérrimos en las tres ocasiones en que fue candidato sospechamos que el ahora presidente llegaría a los extremos que estamos presenciando.
La primera decisión absurda fue la cancelación de la obra del nuevo aeropuerto internacional, lo cual nos costará 145 mil millones de dólares. La obra, con avance de 30%, era autofinanciable, detonaría un gran progreso, resolvería el problema de saturación del aeropuerto actual y generaría cientos de miles de empleos. Lo inaudito no fue sólo esa decisión. Se acompañó de una burla: una supuesta consulta a los ciudadanos, en la cual no participó más del uno por ciento del padrón electoral, completamente controlada por el partido en el gobierno, lo que permitió que algunos votaran hasta cinco veces. Fue el principio de una cadena de medidas indefendibles.
Algunas de esas medidas vulneran nuestra democracia. Se intenta configurar una Suprema Corte supeditada al presidente. Se impusieron a los gobernadores superdelegados que les disputan el poder. Se ha recortado presupuesto a organismos autónomos y se ha calumniado a sus integrantes. Se ha instruido a secretarios de Estado a que violen preceptos constitucionales. Se han anulado las reglas de transparencia en la asignación de recursos y la adjudicación de obra pública.
Otras dañan directamente a una gran cantidad de mexicanos. Se derogó la reforma educativa anunciándose que la contrarreforma incluirá todo lo que disponga la CNTE, con lo cual se sigue condenando a los niños pobres a una educación deficiente. Se ha despedido arbitrariamente a decenas de miles de trabajadores del Estado. Se ha renunciado a la generación de energía limpia. Se han eliminado fondos destinados a las estancias infantiles, los refugios de mujeres víctimas de violencia familiar, la investigación científica, los programas de innovación de empresas, las becas de estudiantes en el extranjero, el respaldo a pequeños agricultores y el organismo que controla los incendios forestales.
Mención aparte amerita el desprecio por la salud de todos los que no podrían pagar seguro de gastos médicos, medicamentos caros ni hospitales privados. El gobierno federal ha desaparecido los recursos del programa de detección y atención al cáncer de mama y disminuido en 95% los de la detección y atención al cáncer de pulmón; ha rebajado los de los institutos médicos especializados; ha colocado al IMSS y al ISSSTE en situación de inopia; ha provocado desabasto de medicinas y falta de personal médico.
Grandes cantidades se destinarán a onerosos proyectos ––aeropuerto de Santa Lucía, tren maya, refinería Dos Bocas–– prescindiendo de evaluaciones técnicas e ignorando la opinión de los expertos, y a dádivas con fines clientelares. 350 millones de pesos anuales se dedicarán a la promoción del beisbol ––el deporte favorito del presidente–– en las escuelas.
Pero el presidente no tolera la crítica, a la que nunca responde con argumentos sino con descalificaciones. Aseveró que las versiones por carencias hospitalarias provenían del hampa del periodismo, y horas después la presidencia difundió una tramposa lista de columnistas y empresas de medios que suscribieron contratos de publicidad ––totalmente lícitos–– con el gobierno de Peña Nieto. La lista sólo incluye el 1% de la publicidad oficial de 2017 y mezcla a individuos, como si éstos hubieran recibido a titulo personal los pagos, con empresas.
Entre los difamados ninguno ha sido objeto de tanta atención por parte del presidente como Pablo Hiriart, periodista de brillante trayectoria, cuestionador agudo y pertinaz que se le ha vuelto una obsesión quizá porque es quien más clara e inobjetablemente ha exhibido sus desfiguros.
Los despropósitos del presidente han sido reiteradamente señalados. De lo que no se ha escrito es de lo que pasa por su cabeza. Se le llena la boca al proclamar que su gobierno será el de la cuarta transformación de México y que él ya no se pertenece a sí mismo sino al pueblo. ¿Por qué entonces las acciones y omisiones perjudiciales para los menos favorecidos? ¿Por qué no escucha a los expertos ni contesta refutación alguna con razones? ¿Está de veras convencido de que es un iluminado a quien no deben pedirse cuentas ni explicaciones y, por tanto, le incomodan los contrapesos propios de la democracia? Ω