La democracia en 30 lecciones, por Giovani Sartori (fragmento)

Lección 22. Exportabilidad de la democracia

¿La democracia se puede exportar? Yo respondo: sí, pero no siempre. Sin embargo, hay quien no acepta esa pregunta, que sostiene que la democracia ha nacido un poco por doquier, y que los occidentales pecan de arrogancia cuando hablan de ella como si se tratara de una invención suya que es eventualmente oportuno exportar.

Es la tesis ilustrada en un librito (en todos los sentidos) del aclamadísimo premio Nobel Amartya Sen. Sen sostiene que la democracia no es sólo ir a votar y elegir a unos representantes, sino que es, sobre todo, «discusión pública», y que esa discusión puede encontrarse ya en las antiguas tradiciones de países como «la India, China, Japón, Corea, Irán, Turquía, en el mundo árabe y en muchas regiones

de África». De ello deriva, según Sen, que este «legado global» es una «razón suficiente para poner en duda la tesis […] de que la democracia es una idea exclusivamente occidental”.

Ciertamente, la democracia no es sólo votar y elegir. Qué gran hallazgo. Es obvio que las elecciones no instituyen un sistema democrático. Las elecciones son una condición necesaria, pero no suficiente, de democracia. Entre otras cosas, un partido dictatorial o teocrático que gana unas elecciones no instaura una democracia: se sirve de ella para destruirla. Y es igual de obvio (volviendo a Sen) que la democracia es también discusión pública. ¿Y eso qué quiere decir? ¿Qué discusión pública? ¿En qué contexto? ¿Con qué poder decisorio?

El hombre es, por definición, un animal parlante, con tendencia a discutir. Muchas sociedades primitivas muestran consejos de ancianos que deliberan sobre lo que hay que hacer, e incluso en el totalitarismo comunista regía el principio del centralismo democrático, es decir, de una discusión que precede a la decisión vinculante del dictador. Pero la primera discusión pública institucionalizada como deliberación fundacional de la ciudad política se produce en la Atenas de los siglos V a III a. C., y es bastante ridículo que Sen reclame, en esa línea, una “vía india” a la democracia, cuando la verdad es que los ingleses se encontraron con una India de mil pequeñas autocracias hereditarias, y que la democracia india de hoy en día es, sin asomo de duda, un legado británico.

¿Y la libertad? También a ese respecto el premio Nobel tiene una intuición fulgurante, resumida en las fórmulas “el desarrollo es libertad” y “no hay crecimiento sin democracia”. Estas tesis son sólo retóricas (suenan bien) y seguramente falsas. Muchísimas civilizaciones se han desarrollado sin libertad alguna: por ejemplo, las civilizaciones de Centroamérica; por ejemplo, las antiguas civilizaciones sumerias y el Egipto de los faraones; o China, que a finales del siglo xv estaba más “desarrollada” que otras sociedades, pero sin libertades de ningún tipo. Y es falsa también la tesis de una democracia que “provoca” crecimiento. La China de nuestros días está creciendo prodigiosamente sin ser una democracia en modo alguno. Y lo mismo pasó con los “tigres” asiáticos hace unos años. Mientras que en Latinoamérica la democracia a menudo ha dado lugar al crecimiento negativo. Por tanto, a despecho de Sen y de su “correctísimo” tercermundismo, la democracia, y más exactamente la democracia liberal, es una creación de la cultura y de la civilización occidentales. La “democracia de los demás” no existe y nunca ha existido.

Volvamos a la pregunta inicial, que es (diga lo que diga Sen) una pregunta impecable: ¿la democracia es exportable? Vuelvo a responder: sí, pero no a todas partes ni siempre.

Para empezar, hay que distinguir qué parte de la democracia es más fácilmente exportable. La componente liberal de la democracia liberal es una condición sine qua non y al mismo tiempo es el elemento que la define; mientras que la componente democrática es el elemento variable, que puede darse, o no. Me explicaré.

La democracia liberal es en primer lugar demoprotección, la protección del pueblo contra la tiranía; y, sucesivamente, en segundo lugar, es demopoder; la atribución al pueblo de cuotas, incluso de cuotas crecientes, de ejercicio efectivo del poder. Es un plus, que sin embargo no puede sustituir a la demoprotección, dado que la presupone. Y la demoprotección, es decir, las estructuras constitucionales de la democracia, no sólo es lo primero que hay que exportar, sino que es también lo más fácil de exportar.

En los últimos sesenta años la literatura cita tres muestras “ejemplares” de exportación impuesta a la fuerza de la democracia (frente a trasplantes más espontáneos, que pueden producirse por contagio). Los ejemplos son: Italia, Alemania y Japón. Ahora bien, los dos primeros casos son irrelevantes porque la democracia, en ambos países, se había dado con anterioridad. Antes de la Alemania hitleriana hubo una muy democrática República de Weimar; y antes de la Italia fascista, hubo una democracia giolittiana, que no era gran cosa como demopoder,

como poder popular, pero que ya estaba consolidada como demoprotección.

Queda el tercer ejemplo, Japón, que en cambio es un caso muy significativo. En aquel país la cultura y el conjunto de valores eran completamente distintos de los nuestros. La llegada del general MacArthur impuso con la fuerza de la espada una Constitución; pero cuando concluyó la ocupación estadounidense, los japoneses lo cambiaron casi todo, hasta los nombres de las calles y la numeración que había impuesto el general, pero se atuvieron con esmero a la Constitución que él diseñó. Por tanto, Japón es un caso clásico de exportación con éxito, en un contexto cultural heterogéneo, de una estructura democrática.

Pero es la India, extrañamente ignorada por la literatura, la que constituye el caso más interesante. En aquel país, a diferencia de Japón, existe una realidad religiosa que hace más difícil el problema. Las tres grandes religiones indias son, por orden de importancia, el hinduismo, el budismo y el islam. El hinduismo, que es el que confiere la identidad nacional, se está tiñendo cada vez más de nacionalismo, no es una religión plácida, y sin embargo es también una religión politeísta y sincrética que puede aceptar, y así lo ha hecho, la democracia. Por otra parte, el budismo es una religión meditativa que no plantea problemas. Problemas que por el contrario se crean de forma irremediable con el monoteísmo islámico. A lo largo de más de mil años, los musulmanes nunca se han integrado en la India. Hasta tal punto

que, cuando se marcharon los británicos, tuvieron que desmembrar el país creando un territorio islámico que posteriormente, a su vez, fue subdividido en dos estados: Pakistán y Bangladesh.

Por tanto, no es cierto que la democracia constitucional no sea exportable fuera del contexto de la cultura occidental. No obstante, su acogida puede chocar contra el obstáculo de una religión monoteísta. Y ése es el tema “caliente” que abordaremos en breve.

Fuente: Sartori, G. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp.107-112.