30 lecciones de democracia, por Giovanni Sartori

Lección 9
Mosca, Michels y Schumpeter

“En todas las sociedades existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados”. Ésta es la tesis, conocidísima, de quien formuló por primera vez la teoría de la clase política, Gaetano Mosca. Éste especificaba: “La primera [la clase de los gobernantes], que es siempre la menos numerosa, […] monopoliza el poder”. Y la implicación de su tesis es que, si en el gobierno hay siempre una minoría relativamente homogénea y solidaria, eso no es una democracia.

Fue en 1884 cuando Mosca acuñó esa “ley” suya. La afirmación no era inédita -ya la habían enunciado muchos-, pero el hecho de que la elevara al rango de una “ley” que establecía que los que mandan siempre son una minoría, y que esa minoría no es democrática, causó impresión. Hasta entonces el pensamiento político había seguido la clásica tripartición aristotélica de las formas de gobierno: gobierno de uno, de los pocos y de los muchos (cada uno de ellos subdividido entre bueno y malo: monarquía y tiranía, aristocracia y oligarquía, politia y democracia). Con Mosca, en cambio, sólo existe el gobierno de los pocos, y ese gobierno siempre es oligárquico.

La ley de Mosca es obvia, incluso demasiado obvia. Su defecto consiste en que es una teoría imprecisa y teóricamente pobre. Pero vamos a ver ahora su validez empírica. Un importante estudioso, Robert Dahl, argumenta lo siguiente: “Si de verdad existe una ruling elite [clase dominante], como afirma la ley de Mosca, en ese caso será empíricamente identificable”. En pocas palabras, ¿quiénes son los “dominantes”? ¿Cómo se consigue establecer si una persona o un grupo tiene un poder duradero y preponderante? Dahl propone un test, una prueba: para demostrar la existencia de una clase de mando hace falta establecer si, para toda una serie de decisiones controvertidas, prevalece siempre el mismo grupo. De ser así, Mosca tendría razón. Pero si por el contrario los grupos “vencedores” varían y las victorias se reparten de distintas formas entre minorías, entonces Mosca no tiene razón: la democracia no ha sido derrotada por la oligarquía, sino que existe y funciona, afirma Dahl, como “poliarquía”.

Pocos años después de la ley de Mosca, en tomo a 1910, se formula otra “ley”, la que Michels obtiene de la experiencia de la socialdemocracia alemana, el gran partido de masas de la época. Su tesis puede generalizarse así: cuanto más organizada se hace una organización, en esa misma medida será cada vez menos democrática. La organización desnaturaliza la democracia y la transforma en un sistema oligárquico. En resumen: “La democracia conduce a la oligarquía”. Y puesto que vivimos en un mundo cada vez más organizado, también esta tesis parece un toque de difuntos para la democracia.

Aquí la objeción es que no es necesario buscar la democracia dentro de todas las organizaciones, sino en la relación entre organizaciones, es decir, en el mundo donde interactúan y luchan entre sí. Michels ilustra a la perfección cómo se puede ir buscando la democracia sin encontrarla nunca. Toda esa gente que denuncia las democracias occidentales como falsas democracias después no sabe explicar cómo es que nuestras “falsificaciones” son en cualquier caso distintas, mejor dicho, totalmente distintas, de las no-democracias. Y no saben explicarlo porque nunca han entendido cómo se produce la democracia. Quien lo ha explicado mejor que nadie es Joseph Schumpeter. Pero eso nos sitúa ya en los años cuarenta.

Schumpeter dice: “El método democrático es ese expediente institucional para llegar a decisiones políticas en virtud del cual algunas personas adquieren el poder de decidir mediante una lucha competitiva por el voto popular”. Más detalladamente: las organizaciones están en competencia entre sí, y la competencia política, como todas las competencias, se dirige a un consumidor, que es el elector, prometiéndole ventajas y beneficios. Ese mecanismo activa el poder del pueblo y también la recompensa al pueblo. Aunque los partidos políticos prometan demasiado, en cualquier caso, siempre le llega algo al demos.

Esta definición se ha convertido en la definición clásica de democracia. Pero adviértase: la definición de Schumpeter es procedimental, es decir, que establece cuál es el procedimiento que no sólo obstaculiza la oligarquía, sino que produce “cierno-beneficios”. Por tanto, es una definición necesaria pero no suficiente, o de cualquier forma no exhaustiva.

Fuente: Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 49-52.