Don Guillén de Lampart,
hijo de sus hazañas
(fragmento)

Andrea Martínez Baracs

(Guillén de Lampart <1615-1658> fue un liberal irlandés que vino a la Nueva España, donde, diciéndose hijo del rey Felipe III, intentó hacerse del cargo de virrey para emancipar estas tierras y liberar a los esclavos africanos y devolver a los indios sus derechos, tierras y preeminencias. Hombre valiente, audaz y asombrosamente inteligente, sensible y culto fue aprisionado por la Inquisición. Durante ocho años de cautiverio, burlando la vigilancia de los carceleros y a pesar de las terribles y precarias condiciones de reclusión, pudo improvisar con desechos los materiales para escribir y redactó poesía y prosa de alta calidad literaria, incluso una aguda acusación contras sus inquisidores. Se fugó y cumplió la hazaña de clavar la acusación en las puertas de la catedral, en otros sitios concurridos y en la misma cámara del virrey, pero finalmente fue reaprehendido. Acabó sus días en la hoguera. Andrea Martínez Baracs rescata admirablemente su figura de la penumbra teñida de impostura en la que se le había confinado.)[64]

Veamos aquí cómo Guillén describe su propio cautiverio:

No hay lengua que pueda dibujar los horrores que usaron conmigo y no fue nada respecto de los otros, siempre en calabozos chorreando agua, las ratas caribes en tanta copia que me roían los pies, dos veces intentaron mi muerte con veneno, me detuvieron el sustento cuatro meses viniendo a medio real, me mandaron quitar del sustento para vestirme (…) El dolor de la soledad excede todo lo criado, que solo con ese medio hicieron renegar de la fe a muchos y levantarse falso testimonio.

Describe con minucia y sorna las etapas de su cautiverio. Los inquisidores que destruyeron su vida se llamaban Argos, Mañozca y Estrada y Saravia. Cuando por primera vez lo llevaron ante el tribunal, no le dejaron hablar, «y ellos mudos representando deidad severa». No se salvaron de sus invectivas, de su cultura y de  la velocidad y agudeza de su mente. Tampoco de su desesperación y de cierta teatralidad suicida: «Al meterme me hicieron gran prólogo diciendo que no hablare ni llamase a Dios. Entonces di un alarido de risueño y furioso».

Tuvieron que vérselas con un sabio, un estudioso, que sabía más de teología que ellos: para calificar sus pecados y crímenes, Guillén cita a san Agustín, san Gregorio, Nicolás de Lira, Séneca, los libros de las santas escrituras, citando referencias exactas; san Lucas, san Mateo, los Salmos, san Gerónimo, santo Tomás, Platón, san Anastasio, san Pablo, Boecio, Tertuliano, san Cipriano, Alberto Magno. Pero además, Guillén desentraña la lógica de los inquisidores: no podían quitar los bienes de quienes se mostraran católicos; por eso, para poder despojarlos, los inquisidores forzaban la confesión de judaísmo de los presos. Y por otro lado, la ley del secreto del Santo Oficio les garantizaba total impunidad: nadie se salvaba: «Si le descubren, muerte y azotes, si se querellan, muerte y azotes, si resisten a los fraudes y herejías y no quieren apostatar, grillos, cadenas, hambre, desnudez, tormentos y quemadura».

Pero su denuncia es más profunda y noble. Guillén ahonda en el punto de qué significa esa confesión, en términos filosóficos, morales y jurídicos. En primer lugar, es «herejía abominable pues osan escudriñar para tapar sus engaños el oculto del pecho reservado a Dios, como si la respuesta a esa pregunta no fuera violentada y damnificada, sus atroces almas más». Lo cual contiene varias ideas consideradas hoy modernas: que una confesión sacada con torturas es inválida; pero más aún: nadie tiene derecho a escudriñar  «el oculto del pecho reservado a Dios», o sea, cada persona tiene derecho a tener y proteger sus propios secretos. Y además, cada persona es inocente a menos que se le pruebe, con métodos y motivos legítimos, lo contrario. Ω

 


[63] MARTÍNEZ BARACS, Andrea. Don Guillén de Lampart, hijo de sus hazañas. Fondo de Cultura Económica. México. 2012. p. 61 a 63.

[64] Nota del editor.