En el nombre del hijo

Qué angustioso para el hijo y qué estremecedor para el padre el desesperado reproche filial acompañado de la súplica que se aferra a una última esperanza en la que no se cree pero no quiere abandonarse. Porque lo que está en juego en ese reclamo es el amor y el respeto hacia el antiguo héroe de la infancia, del que se espera nada menos que lo mejor.

            Yibram Saab Fornino había participado en la marcha de la oposición durante la cual fue asesinado otro joven, Juan Pablo Pernalete. En un video, con palabras impregnadas de dolor y de todo el fuego de sus incorruptos 20 años, se dirigió al defensor del pueblo —el ombudsman— de su país, Venezuela, quien además es su padre.

            “Yo condeno la brutal represión de que fui víctima por parte de los cuerpos de seguridad, al igual que reprimieron a Juan Pablo Pernalete, a quien le quitaron la vida. Ese pude haber sido yo. Papá, en este momento tienes el poder de poner fin a la injusticia que aún vive el país. Te pido como hijo, y en nombre de Venezuela, a la cual tú sirves, que reflexiones y hagas lo que tienes que hacer. Te entiendo, sé que no es fácil, pero es lo correcto”.

            En ese breve alegato se respira la angustia del muchacho. Le habla al defensor del pueblo, pero no como cualquier otro ciudadano, sino como su hijo, el que desde lo más profundo del corazón le está exigiendo, le está encareciendo al padre que no le falle. Sabe a lo que se enfrentaría su progenitor si cumpliera con su deber: seguramente le costaría el cargo; perdería sus privilegios; probablemente terminaría en el exilio o en la cárcel, acusado, como decenas de venezolanos, de traición a la patria, porque Maduro se ha arrogado la representación de la patria. Pero sabe también cuál es ese deber, con Venezuela y con su hijo, y como tal le demanda: hazlo, te lo ruego.

            El escritor Rodrigo Blanco Calderón señala en un artículo que “Yibram ha cumplido con ese ritual que todo muchacho debe hacer de manera consciente para convertirse en hombre: matar al padre. Es decir, desvanecer la sombra paterna… Su gesta es, en el fondo, anímica. Ha espantado el fantasma que no pudo deshacer el nervioso Hamlet”.

            Se equivoca Blanco Calderón. Yibram no ha matado al padre: por el contrario, lo quiere revivir.  Le pide al padre sin vida que viva, que se atreva, que actúe como un hombre, que no siga siendo esa infeliz marioneta que nunca ha respondido a la misión de un cargo tan honroso —el defensor de los derechos humanos—, que enderece el espinazo, levante la cara y deje de ser un muerto viviente. No quiere matar a su padre: quiere matar lo que de muerto hay en su padre. Le está gritando con toda el alma palabras similares a las del poeta mexicano Vicente Quirarte: Es hora de mirar a los dioses frente a frente / y decirles que aceptas la batalla.

            Maduro ya ha anunciado una nueva Constitución cuyo texto no sería elaborado por diputados constituyentes elegidos por los votos ciudadanos. Sería una Constitución chavista basada en el poder comunal. Maduro aspira a que la Asamblea Constituyente sea una especie de Congreso de los Soviets. Su modelo es, precisamente, el que ha conducido a los países en que se ha impuesto a convertirse en gigantescas prisiones en las que no tiene cabida disidencia alguna. Ya Chávez y Maduro han preparado ese momento clausurando medios de comunicación, sojuzgando a las instituciones públicas —con la honrosa excepción de la Asamblea Nacional— y encarcelando a decenas de opositores.

            Acudí entusiasmado a Venezuela hace unos lustros a exponer la experiencia de los organismos públicos defensores de derechos humanos en México, particularmente el de la Ciudad de México que tuve el honor de fundar y presidir. Los venezolanos tenían una gran ilusión por la próxima instauración del ombudsman en su país. Pero el chavismo engendró una burda caricatura a la que le falta todo para ser considerada una auténtica institución del ombudsman, básicamente la indispensable autonomía.

            El defensor del pueblo venezolano ha actuado acatando los designios de los dictadorzuelos. ¿Qué estará sintiendo ahora, al mirarse en su espejo anímico, ese al que no se puede engañar, ante la insobornable invitación de su hijo?