¿Libertades burguesas?

Karl Marx, de cuyo nacimiento se cumplen 200 años pasado mañana, aseguró que los denominados derechos humanos no son sino los derechos de la burguesía, detentadora del poder del Estado destinado a salvaguardar sus privilegios.

            En la sociedad capitalista, según Marx, los hombres están sometidos a la abstracción del dinero y a las exigencias del sistema económico. Lo que se quiere presentar como un elevado ideal político impulsado por lo más noble y elevado de la naturaleza humana no es sino el enmascaramiento de una situación de explotación.

            Las características naturales reproducidas por los derechos humanos son, en la concepción marxista, el egoísmo burgués, el individualismo y el repliegue en una vida privada que no consolida, sino apaga la personalidad de los individuos, pues sólo el capital tiene vida frente a lo mortecino de sus súbditos. Por tanto, es legítimo que los trabajadores tomen el poder mediante la violencia e impongan la dictadura del proletariado.

            ¿Cuáles fueron las consecuencias en la realidad de esa postura teórica? Todos los regímenes de inspiración marxista instaurados en el siglo XX, unos cuantos de los cuales subsisten, degeneraron en estados totalitarios en los que los individuos han sido tratados como prisioneros de la gran cárcel en que se convirtió todo el territorio nacional, que no podía abandonarse libremente (una prisión es el sitio en el que estamos obligados a permanecer).

            En tales regímenes, las libertades de expresión, reunión, asociación, y en casos extremos de credo religioso, consideradas libertades burguesas, quedaron canceladas; los tribunales han sido dóciles para castigar a quienes la intolerancia gubernamental convierte en enemigos, y toda disidencia política ha sido vista como traición a la patria que debe ser castigada con altas penas de prisión o incluso con la muerte (Stalin, Mao y Pol Pot, entre otros, no tienen nada que envidiar a Hitler en su vorágine asesina).

            A ciertos escritores, artistas o teóricos críticos del régimen se les ha impedido ejercer su oficio y se les ha perseguido con furia y furor que hacen evocar a los inquisidores medievales, y se ha mutilado la dimensión política de todos los miembros de la comunidad, a quienes no se ha dado el estatus de verdaderos ciudadanos… a todo lo cual hay que añadir la ineficacia en la gestión económica con sus tristes repercusiones en la calidad de vida de los gobernados.

            Advierte Fernando Savater que las diatribas de Marx contra la insulsez rutinaria de los goces en la sociedad capitalista, tan entusiastamente secundadas por los críticos de la vulgaridad masificada, obtienen su patética reductio ad absurdum en la contemplación de la monotonía agobiante del más alegre de los socialismos ofensivamente llamados reales. “En ninguna parte podría ver mejor el viejo Marx a lo que lleva sustituir el a menudo sagaz egoísmo individual por el uniformemente lerdo egoísmo estatal” (Ética como amor propio).

            No sé si Marx se hubiera contrariado o divertido al ver que los regímenes de Europa Central y del Este que se inspiraron en su doctrina fueron depuestos sin violencia por ciudadanos que, desafiando los riesgos de enfrentarse a dictaduras despiadadas que ya no soportaban, enarbolaron como bandera imprescindible de liberación los derechos humanos, cuya potencial fuerza revolucionaria no percibió el visionario pensador alemán.

            No sólo los derechos a las libertades cívicas, a la justicia, a la autonomía individual y a la participación política forman parte hoy de los derechos humanos. A su catálogo se han venido agregando derechos sociales y asistenciales —salud, educación, vivienda, trabajo, protección a la infancia, a la vejez y a las discapacidades, medio ambiente sano, etcétera— que no sería posible calificar de burgueses.

            Los derechos humanos, conquistados ciertamente durante el ascenso de la burguesía como clase hegemónica, no pueden calificarse como derechos burgueses: son derechos de todas las mujeres y de todos los hombres independientemente del momento histórico de su conquista. Sin su vigencia real, todos y cada uno de los individuos quedamos a merced de los atropellos de los detentadores del poder.