¿Marionetas?

Por Luis de la Barreda
13 de octubre de 2022

Sabía de la sólida formación jurídica y la amplia cultura de Gerardo Laveaga, pero me sorprendió en su libro Leyes, neuronas y hormonas (Taurus) con sus conocimientos sobre neurociencia y otras disciplinas biológicas. En estilo ameno a pesar de la complejidad del tema, apoyándose en esas disciplinas y con sagacidad argumentativa, Laveaga sienta en el banquillo de los acusados al fundamento mismo de la teoría de la culpabilidad de los penalistas: el libre albedrío, la posibilidad de elegir entre diferentes posibilidades de conducta.

Laveaga considera que la dogmática penal es un ingenioso conjunto de presupuestos teóricos que sirven para justificar la labor del abogado defensor o el juez, pero no van más allá de la pirotecnia del lenguaje, y reta a los juristas: “¿el sujeto pudo optar por una conducta distinta de la que desplegó en determinado caso?” .“¿Qué es la voluntad después de todo? ¿Dónde se genera?”. La propensión al riesgo o a la violencia, como la extroversión o el optimismo —apunta—, tiene una explicación biológica.

Somos producto —advierte— de nuestra estructura genética y fisiológica, nuestro cerebro, nuestras sustancias, y nuestro entorno en la medida que genere cambios en nosotros. Nuestra conducta no obedece a las normas jurídicas vigentes. Si mañana se despenalizara el homicidio, ni Laveaga ni las personas con las que alterna saldrían a matar, pero quienes asesinan o violan lo hacen a despecho de las leyes más severas.

Las respuestas de por qué asesina o viola un individuo hay que buscarlas en la biología, “entender qué falló en su conexión entre su amígdala y su corteza prefrontal, del mismo modo que hay que entender por qué los frenos no reaccionaron en el camión que se estrelló”. Si hoy se solicita al requirente de un empleo o una cuenta bancaria que aporte datos confidenciales, no es aventurado prever que “los individuos deberán someterse a análisis que permitan conocer la cantidad y calidad de sus estructuras neurobiológicas y genéticas, así como de las sustancias químicas que las integran”. Una persona hace lo que hace, asevera Laveaga, por lo que es. Para prevenir el delito la neurociencia será la mejor herramienta. Una inyección de serotonina o la disminución de noradrenalina pueden hacer la diferencia.

Apasionante tema y brillante la forma en que lo aborda Laveaga. Sin duda nuestro organismo y nuestro entorno condicionan nuestra conducta, pero ¿de ahí se sigue que no dispongamos de un margen de albedrío? “Que la neurociencia liquide el libre albedrío —refuta Fernando Savater— es tan improbable como que la espectrografía de sonidos acabe con la inspiración musical”. (“Tomarse libertades”, en Figuraciones mías, Ariel).

Hoy la neurociencia señala que las características neurobiológicas y genéticas determinan la conducta. En el Medioevo se tenía la convicción de que el poseído por los demonios perdía el ejercicio de su libertad, por lo que quedaba eximido de la responsabilidad de sus actos. ¿Pero los seres humanos, aun condicionados genética y ambientalmente, no conservamos un importante margen de albedrío?

Cierto: ni Laveaga ni sus amigos (¡como yo mismo!) mataríamos si el homicidio dejara de ser delito, en tanto que quienes matan lo hacen a pesar de los severos castigos que para el homicidio prevé la ley penal. A muchos nos repugna la idea de matar, repugnancia que se debe a nuestra personalidad, nuestro entorno y nuestros valores. No son las sanciones penales las que nos motivan a no matar. Pero quienes matan optaron por hacerlo: no son robots ni marionetas cuyos hilos mueve fatalmente su organismo; no delinquen compulsivamente, excepto los que padecen ciertas alteraciones mentales.

¿No influyen las normas jurídicas en el comportamiento de ninguno de sus destinatarios? Quienes participan en actos de rapiña cuando un tráiler se vuelca en la carretera se atreven a hacerlo porque saben que en esas circunstancias difícilmente se les juzgará por su conducta delictiva. ¿Por qué en los países europeos la tasa de homicidios dolosos es tan baja en comparación con la nuestra? No porque la Constitución orgánica de los europeos sea menos proclive a la violencia que la de los mexicanos, sino básicamente porque en esos países se castigan nueve de cada diez de esos homicidios y en el nuestro sólo uno de cada diez.

Fuente:
https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/marionetas/1545605
(25/10/22)