Soneto octosílabo

Tuve un amigo canijo
que leyó en un libro viejo
aquel antiguo consejo
y lo siguió muy prolijo.

En su propósito fijo,
pensó como buen pendejo:
“seré feliz porque dejo
un libro, un árbol y un hijo”.

Pero le salió mal todo
pues por irónico modo
logró al fin de su jornada:

un libro muy aburrido,
un árbol seco y torcido
y un hijo de la chingada.

Francisco (Pancho) Liguori