Cosas veredes

Luis de la Barreda Solórzano

La Hidra de México

Lo hemos visto una y otra vez desde el sexenio del presidente Felipe Calderón: cada que el gobierno descabeza un cártel grande, éste no desaparece sino se descompone en bandas locales con menos integrantes y menos recursos, pero más perniciosas aun para las ciudades y regiones en las que actúan, a las que someten a su ley no escrita: la extorsión y el silencio.

            Cada que un gran capo cae preso o abatido, el enemigo, en vez de empequeñecerse, al fragmentarse se multiplica, y allí donde había un problema surgen problemas múltiples.
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Las servidumbres ideológicas

“No son islamistas”, nos dicen los relativistas bienpensantes, para quienes todas las culturas tienen el mismo valor y todas las creencias son respetables, “sino que distorsionan los textos del Corán”.

            Pero el Estado Islámico toma en forma literal enseñanzas y preceptos del libro sagrado, para justificar la esclavitud, la crucifixión y las decapitaciones. “Conquistaremos vuestra Roma, romperemos vuestras cruces y esclavizaremos a vuestras mujeres”, prometió Abu Mohamed al Adnani, su portavoz principal, en un mensaje dirigido a Occidente.
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Caníbales en el futbol

El futbol es una fiesta. Ningún otro deporte ha encendido, jamás, ese entusiasmo, esa expectación, esas pasiones. Un buen partido es capaz de hacernos olvidar, mientras dura, todas las preocupaciones cotidianas, incluso inquietudes de salud o cuitas amorosas o financieras.

            La victoria de nuestro equipo nos da una inmensa alegría, extraña porque ese logro deportivo no cambiará nada, absolutamente nada, de nuestra vida: no nos hará más exitosos en nuestro oficio, no propiciará que nos corresponda la mujer amada, no curará nuestras enfermedades, no nos proporcionará dinero, no resolverá ninguno de nuestros problemas. Pero ese instante del triunfo genera un estado de ánimo exultante que nos prepara para enfrentar mejor las inevitables cosas aciagas de la existencia. En cambio, la derrota naturalmente nos dolerá, pero es el precio que a veces hay que pagar —frecuente o esporádicamente, según la calidad del equipo de nuestros amores— por ser aficionados. El buen aficionado está dispuesto a pagarlo, y al terminar el juego perdido, aun con la tristeza del tropezón a cuestas, aceptará darle la mano a los fans del equipo contrario.
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La cortina intocable

Las reacciones, de aparente indignación, fueron impostadas. ¡Se presentó, incluso, queja ante el CONAPRED! En realidad, manifestaciones de hipocresía gigantesca. En privado todos decimos cualquier cosa, aun la más injusta, insensata o absurda: podemos hablar mal o burlarnos incluso de quien más queremos o más admiramos, o de alguien con quien tenemos una enorme deuda de gratitud..
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