(fragmento)[1]
Stefan Zweig
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Si existiera alguna esperanza, María Antonieta podría entregarse a ella, porque la mayoría de los testigos han fracasado por completo. Ni uno solo de aquellos a los que temía la ha acusado seriamente. Su defensa se vuelve cada vez más enérgica. Cuando el acusador público afirma que con su influencia llevó al antiguo rey a hacer todo lo que le pidiera, ella responde: «Es muy distinto aconsejar a alguien que ordenar hacer algo». Cuando en el curso de la vista el presidente le indica que sus testimonios se encuentran en contradicción con las declaraciones de su hijo, dice despreciativa: «Es fácil hacer decir a un niño de ocho años lo que se quiera de él». Ante las preguntas realmente amenazadoras, se cubría con un cauteloso: «No lo sé, no me acuerdo». Así que Hernan no puede llevarla triunfante ni una sola vez a decir una abierta falsedad o una contradicción, ni siquiera el auditorio, que escucha tenso durante largas horas, se deja arrastrar a un grito de ira, un movimiento de odio o un patriótico aplauso. La vista avanza Sigue leyendo