El filósofo ignorante, por Voltaire (fragmento)

XII. Debilidad de los hombres

¿Aquello que es imposible para mi naturaleza tan débil, tan limitada y que tiene tan corta duración, es imposible en otros globos, en otras especies de seres? ¿Existen inteligencias superiores, dueñas de todas sus ideas, que piensan y sienten todo lo que quieren? No lo sé; sólo conozco mi debilidad, no tengo la menor noción de la fuerza de los demás.

XIII. ¿Soy libre?

No salgamos todavía del círculo de nuestra existencia; sigamos examinándonos a nosotros mismos todo lo que podamos. Recuerdo que un día, antes de haber formulado todas las preguntas precedentes, un razonador quiso hacerme razonar. Me preguntó si era libre; le respondí que no estaba en la cárcel, que tenía la llave de mi cuarto, que era perfectamente libre. «No es eso lo que os pregunto», me respondió; «¿creéis que vuestra voluntad tiene la libertad de querer o no querer que os arrojéis por la ventana? ¿Creéis, con el ángel de la escuela, que el libre arbitrio es una potencia apetitiva y que el libre arbitrio se pierde por el pecado?» Miré fijamente a mi hombre para tratar de leer en sus ojos si no tendría perturbadas sus facultades y le respondí que no comprendía nada de su galimatías.

Sin embargo, esta pregunta sobre la libertad del hombre me interesó vivamente; leí los escolásticos, me quedé como ellos en las tinieblas; leí a Locke y percibí destellos de luz; leí el Tratado de Collins, que me pareció un Locke perfeccionado; no he leído después nada que me haya dado un nuevo grado de conocimiento. He aquí lo que mi débil razón ha concebido, ayudada por esos dos grandes hombres, los únicos, en mi opinión, que se han comprendido a sí mismos al escribir sobre esta materia y los únicos que se han hecho comprender por los demás.

No existe nada sin causa. Un efecto sin causa no es más que una palabra absurda. Todas las veces que quiero, sólo puede ser en virtud de mi juicio bueno o malo; este juicio es necesario, por lo tanto, mi voluntad también lo es. En efecto, sería muy singular que toda la naturaleza, todos los astros obedeciesen leyes eternas y que existiese un pequeño animal, de cinco pies de estatura que, con desprecio de esas leyes, pudiese obrar siempre como le plugiese [sic], obedeciendo a su mero capricho. Obraría al azar, y sabido es que el azar no es nada. Hemos inventado esa palabra para expresar el efecto conocido de toda causa desconocida.

Mis ideas entran inevitablemente en mi cerebro; ¿cómo mi voluntad, que depende de ellas, sería al mismo tiempo compelida y absolutamente libre? Siento en mil ocasiones que esta voluntad nada puede; así por ejemplo, cuando la enfermedad me vence, cuando la pasión me transporta, cuando mi juicio no puede alcanzar los objetos que se me presentan, etc., debo en consecuencia pensar que, al ser siempre iguales las leyes de la naturaleza, mi voluntad no es más libre en las cosas que me parecen más indiferentes que en aquellas en que me siento sometido a una fuerza invencible.

Ser verdaderamente libre es poder. Cuando puedo hacer lo que quiero, he ahí mi libertad; pero yo quiero inevitablemente lo que quiero; de otra suerte querría sin razón, sin causa, lo cual es imposible. Mi libertad consiste en andar cuando quiero andar y no tengo la gota.

Mi libertad consiste en no hacer una mala acción cuando mi mente se la representa necesariamente mala; en subyugar una pasión cuando mi mente me hace comprender su peligro y cuando el horror de esta acción se opone poderosamente a mi deseo. Podemos reprimir nuestras pasiones, como ya lo he expuesto en el número XI [se refiere a esa sección de la obra], pero entonces no somos más libres reprimiendo nuestros deseos que dejándonos arrastrar por nuestras inclinaciones; porque, en uno y otro caso, seguimos irresistiblemente nuestra última idea, y esta última idea es necesaria; por lo tanto hago necesariamente lo que ella me dicta. Es extraño que los hombres no estén más contentos de esta medida de libertad, es decir del poder que han recibido de la naturaleza de hacer en diversos casos lo que quieren; los astros no la tienen: nosotros la poseemos y nuestro orgullo nos hace creer algunas veces que poseemos aún más. Nos imaginamos que tenemos el don incomprensible de querer, sin otra razón, sin otro motivo que el de querer. Véase el número XXIX.

No, no puedo perdonar al doctor Clarke el haber combatido de mala fe esas verdades de cuya fuerza se daba cuenta y que parecían concordar mal con su sistema. No, no está permitido a un filósofo como él haber atacado a Collins en sofista y haber desviado el estado de la cuestión reprochando a Collins haber llamado al hombre un agente necesario. Agente o paciente, ¿qué importa ? Agente cuando se mueve voluntariamente, paciente cuando recibe ideas. ¿Hace acaso el nombre a la cosa? El hombre es en todo un ser dependiente y no puede ser exceptuado de los otros seres.

En Samuel Clarke, el predicador ha ahogado al filósofo; distingue la necesidad física y la necesidad moral. ¿Y qué es una necesidad moral? Os parece verosímil que una reina de Inglaterra a la que se corona y unge en una iglesia no se despoje de sus vestiduras regias para tenderse desnuda sobre el altar, aunque se cuente tal aventura de una reina del Congo. Llamáis a eso una necesidad moral en una reina de nuestras latitudes; pero es en el fondo una necesidad física, eterna, unida a la constitución de las cosas. Es tan seguro que esa reina no hará semejante locura como lo es que morirá un día. La necesidad no es más que una palabra; todo lo que se hace es absolutamente necesario. No existe división entre la necesidad y el azar; y sabéis que no hay azar; por lo tanto todo lo que sucede es necesario.

Para complicar más la cosa se ha imaginado distinguir también entre necesidad y constreñimiento; pero en el fondo, ¿no es acaso el constreñimiento otra cosa que una necesidad de la que nos damos cuenta? ¿Y no es la necesidad un constreñimiento que no notamos? Arquímedes está igualmente obligado a permanecer en su habitación cuando le encierran en ella y cuando está tan intensamente ocupado en un problema que no recibe la idea de salir.

Ducunt volentem fata et nolentem trahunt
[El destino guía al que se le somete y arrastra al que se le resiste]

El ignorante que piensa así no ha pensado siempre igual, pero finalmente se ve obligado a rendirse.

Fuente:
Voltaire. Opúsculos satíricos y filosóficos. Madrid, ediciones Alfaguara, 1978, pp.115- 118.