Haz el prodigio…, ¡Virgen María!…
de que me miren sus ojos claros,
de que me amparen sus rubias trenzas,
de que me nombren sus rojos labios…
Tú que vigilas cuando ella duerme,
entra en sus sueños más encantados…
para decirle que soy el héroe
del cuento rosa con que ha soñado.
Habla en secreto con sus secretos,
¡oh… buena virgen!… ¡Y haz el milagro
de que me amparen sus trenzas rubias,
de que me miren sus ojos claros!
Qué hará en la vida mis desconsuelos,
qué hará en las noches mi sobresalto,
si no me amparan sus trenzas rubias,
si no me nombran sus rojos labios…
Haz que se tiña con los rubores
por mí su frente, como los nardos,
y que leyendo mis pobres versos,
tiemblen los lirios que son sus manos.
Haz el prodigio…, ¡Virgen María!…
¡y a trueque ofrezco bordar tu manto
con los encajes de los luceros
y con la plata de los remansos!
Ya que me cabe la insigne gracia
de ser poeta… ¡seré tu bardo
para inclinarme sobre las aras
cuando me nombren sus rojos labios,
cuando me amparen sus trenzas rubias,
cuando me miren sus ojos claros!
Así clamaba, con fe sencilla,
en mis mejores y blandos años;
¡y me nombraron sus labios rojos,
y me ampararon sus trenzas rubias…
y me miraron sus ojos claros!
Mas como el tiempo pasa y destroza
todo el miraje que urde el encanto,
pasó el poema como la nube,
y el prisma roto mostró el engaño…
Y hoy…, ¡Virgen Santa!…, si lo pudiera,
te pediría con fe de antaño
que desterraras de mi recuerdo
los labios rojos que me nombraron…
¡las rubias trenzas que me perdieron!…
¡los ojos claros que me engañaron!
Miguel Othón Robledo[2]
(1893-1914)
[1] Tomado de: http://blografia.net/mostrenco/2009/07/miguel-othn-robledo-reprise/
[2] Dice de él Renato Leduc: “…inspirado vate jalisciense [Tequila]… atrozmente feo, atrozmente poeta [maldito] y atrozmente desventurado”. (Historia de lo inmediato, FCE, 1976, México, p. 41).