La lucha desordenada y contraproducente de Kenia contra la expansión del terrorismo

El 2 de abril último, Kenia padeció el ataque terrorista más mortífero desde 1998, durante el cual fueron asesinados alrededor de 150 estudiantes en la Universidad de Garissa. Esta masacre fue revindicada por el grupo islamista originario de Somalia, Al-Shabaab, que juró sumir a Kenia “en sangre y fuego” después de su intervención armada de 2011 en Somalia. Esta operación se debió justamente a la expansión del terrorismo islamista en el sur de Somalia, que empezó a perturbar la seguridad de Kenia. El riesgo terrorista no es nuevo en el país, sobre todo a raíz del ataque del centro comercial Westgate en septiembre 2013, que ocasionó 67 muertos. El Gobierno de Kenia asegura que va a tomar medidas para oponerse a los terroristas de Al-Shabaab, sin embargo las ofensivas de éstos son cada vez más importantes y regulares. En aproximadamente dos años, Al-Shabaab ha asesinado a más de 500 kenianos.

La técnica que el Gobierno ha desarrollado para proteger a sus ciudadanos de los Shabaabs conduce a la estigmatización y a la marginalización de la comunidad musulmana de Kenia. En lugar de tomar medidas reales y eficientes para luchar contra la expansión del terrorismo en su territorio, esta ahondando el foso entre sus poblaciones cristiana y musulmana. Al mismo tiempo, los Shabaabs quieren dividir al pueblo keniano para destruirlo más fácilmente. Es por eso que intentan no asesinar a los musulmanes durante sus ataques y añaden así un elemento de separación y de recelo entre las dos comunidades.

A pesar de que los musulmanes kenianos son también victimas del terrorismo (muchos ataques ocurren en la costa de Kenia dónde vive la mayoría musulmana), muchas personas creen que no son atacados porque tienen un vínculo con los Shabaabs. Se cree que hay una amalgama entre musulmanes y terroristas. Las fuerzas de policía de Kenia arrestan y retienen a cualquier musulmán sin motivos, puesto que todo musulmán puede ser miembro de Al-Shabaab. Estas son las medidas del Gobierno contra el terrorismo: hostigamiento, detención arbitraria, desaparición forzada e incluso asesinato de la comunidad musulmana del país. Las operaciones de la policía y los discursos del Gobierno tienen como consecuencia conducir a la población a creer en esta amalgama.

En este contexto, la comunidad “Somalí” es la más afectada. Los “Somalí” son una etnia musulmana originaria del Cuerno de África y sus integrantes viven principalmente en Somalia, pero también en Kenia, Etiopía y Yemen. Su situación se hace evidente especialmente en la “Pequeña Mogadiscio”, el barrio marginal musulmán de Nairobi dónde vive una gran comunidad “Somalí”. Sus habitantes son el primer blanco de las fuerzas policíacas kenianas. Todos los días y todas las noches las casas “Somalí” son revisadas. La población musulmana esta bajo la presión constante de los controles de identidad de la policía que terminan en detenciones si los sospechosos no tienen dinero para pagar la “indulgencia” de los policías. El hostigamiento contra la población “Somalí” ha tenido un aumento más que preocupante y ha llegado al punto de que es común encontrar jóvenes musulmanes asesinados en las calles de la “Pequeña Mogadiscio” después de haber sido interrogados por la policía.

La policía ha alcanzado un grado de corrupción, extorsión y decadencia tan grande que nadie en estos barrios puede tener confianza en ella, de modo que si la población identifica a algunas personas sospechosas que podrían ser terroristas, nadie advierte a las fuerzas de seguridad. Por otro lado, la población no tiene ningún recurso para quejarse del hostigamiento que padece. Estos elementos demuestran que la acción de la policía, además de ser ineficaz, tiene un importante efecto perverso que en lugar de detener el terrorismo lo fomenta. En efecto, los jóvenes musulmanes que viven en los barrios pobres, los más hostigados, serán los más tentados a unirse al terrorismo. Si el Estado no ayuda a esta comunidad cada vez más victima de injusticias, el sentimiento de cólera y de desesperanza los conducirán a la violencia. También hay que tener en cuenta que los terroristas de Al-Shabaab reclutan directamente en los barrios marginales porque saben que la desesperanza y la pobreza abren la puerta al extremismo y a la violencia. Adicionalmente, los reclutadores les prometen un salario de aproximadamente 200 o 300 dólares a semana, una suma extraordinaria para un joven de los barrios marginales de Kenia.

El riesgo de radicalización de la comunidad musulmana no existe solamente en los barrios pobres de Nairobi, también en los campamentos de refugiados del noreste del país, como el campamento de Dadaab que existe desde 1993, al principio de la guerra civil de Somalia. Hoy Dadaab alberga a alrededor 350,000 refugiados, provenientes mayormente de Somalia. La mayoría de la población de este campamento no tiene más de 18 años y ha nacido en este lugar. Sin embargo, después del ataque de la Universidad de Garissa, el Gobierno ha pedido a las Naciones Unidos cerrar el campo y repatriar a los refugiados a su país antes de julio de 2015. No es la primera vez que Kenia intenta hacerlo, después cada ataque terrorista tiene el mismo discurso.

Esta solicitud parece imposible de atender, sobre todo porque el país ha firmado dos tratados internacionales (la Convención de la Naciones Unidas de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y la Convención de la Organización de la Unidad Africana de 1969 sobre los Refugiados) que le impiden expulsar a los refugiados a un país donde peligran sus vidas. Kenia es una tierra de acogida desde hace décadas, es difícil creer que en julio va a deportar a la totalidad de las personas originarias de Somalia, sin hablar de la imposibilidad técnica de hacerlo. Pero el anuncio de cerrar el campamento ejerce presión sobre los refugiados y crea un clima de tensión y de miedo aún más importante. Los refugiados no entienden por qué deben ser los responsables de los ataques terroristas. Esta injusticia conduce a la radicalización de algunos refugiados, sobre todo de los jóvenes, sin que la administración del campamento pueda hacer nada; las subvenciones no alcanzan para instruir y ocupar correctamente a los jóvenes refugiados.

El Gobierno afirma que los asaltantes de la Universidad de Garissa vinieron del campamento de Dadaab, y que “han ensamblado sus armas allí”. Sin embargo, no tiene evidencias reales que establezcan un vínculo entre Dadaab y Al-Shabaab. Por lo demás, en Kenia nunca se ha condenado a un refugiado por terrorismo. Las acusaciones del Gobierno parecen no estar fundadas correctamente: se dice que hay muchos terroristas en Dadaab y que se necesita cerrar el campamento pero no se tienen evidencias de esto. Adicionalmente, si se expulsara realmente a los refugiados a Somalia, todos serian condenados a muerte a manos de los terroristas o forzados a convertirse en terroristas. Esta medida sería terrible. Más de la mitad de los refugiados de Dadaab nacieron en este campamento, obviamente no quieren ir a Somalia donde deberán tomar las armas con los terroristas o ser asesinados, puesto que en este momento no hay libertad en Somalia.

Las autoridades kenianas intentan así desorientar a su población al afirmar que se han adoptado muchas medidas contra los terroristas, como el cierre de Dadaab, pero que las Naciones Unidas impiden su cumplimiento. De modo que nada es su culpa. Además el Gobierno acusa a los refugiados y a los musulmanes de todo, siempre para negar sus propias faltas y negligencias. Los campamentos y los barrios marginales son chivos expiatorios fáciles. En Kenia se ataca a los que no pueden protestar, a los más frágiles, pero contra los terroristas reales no se hace nada.

Últimamente el Gobierno sugirió la construcción de un muro entre Kenia y Somalia para impedir a los terroristas entrar en el territorio. Iniciativa inútil porque los Shabaab están ya en Kenia, cerrar las fronteras no tiene sentido. Ellos han llegado a Kenia desde hace años, han reclutado jóvenes kenianos, los han enviado a Somalia para entrenarlos y los han regresado a Kenia. Los terroristas no están fuera de Kenia, están en su propio territorio. Las autoridades piensan combatir un enemigo exterior cuando éste es interior. En realidad, los terroristas que atacaron Westgate o Garissa son más kenianos que somalíes.

A la luz de todas estas consideraciones, es obvio que el Gobierno de Kenia no tiene una táctica contra la expansión del terrorismo en su territorio. Las medidas que se toman son ilusorias y agravan la situación más que otra cosa. Desde el ataque de Westgate, las autoridades no han tomado medidas efectivas, se han dejado sobrepasar por la situación sin reaccionar. Efectivamente, días ante el asalto de la Universidad de Garissa, el Gobierno fue informado de un ataque inminente, pero no hizo nada. A causa de su localización, Garissa fue un blanco fácil. Además, la universidad es un gran símbolo en un país donde la única manera de acabar con la pobreza es la educación. La universidad significa instrucción, progreso, tolerancia y apertura, todo lo que Al-Shabaab busca destruir. El Gobierno debió preveer el ataque. Si solamente algunos militares hubieran estado en la Universidad de Garissa para controlar las entradas, las vidas de 148 personas se habrían salvado.

Debemos esperar que el Gobierno de Kenia reaccione cuando aún es tiempo, porque hoy los kenianos no pueden contar con nadie para poner un alto a la violencia. Kenia está volviéndose un lugar muy propicio para desarrollar tensiones interreligiosas e interétnicas. A causa de los ataques terroristas, el turismo, primera renta del país, está en una situación catastrófica y la moneda está en caída libre. Los kenianos están viendo que su sociedad y su entorno cambian. El miedo, la pobreza, la amenaza, la duda y el recelo se mezclan para disgregar poco a poco las bases sociales del país.

Referencias

“Kenya : Al-Shabaab – Closer to Home”, International Crisis Group, 25 de septiembre de 2014

“Au Kenya, les Somalis ne sont pas les bienvenus”, Geopolis – FranceTVinfo, 22 de septiembre de 2014.

“Kenya : l’ennemi intérieur”, Arte Reportage, 16 de mayo de 2015.

Mélanie GOUBY, “Climate of fear in Dadaab refugee camp leads many to consider repartition”, The Guardian, 20 de mayo de 2015.

“Kenya : le camp de Dadaab un mois après l’attaque de Garissa”, Radio France Internationale, 2 de mayo de 2015.

Samira SHACKLE, “What it’s like to be a Somali refugee in Kenya”, Newstatesman, 22 de mayo de 2015.