La labor de las parteras
de Chalchihuitán, Chiapas,
como un medio para el acceso
a la justicia en materia de derechos
sexuales y reproductivos

Andrés E. Pacheco[1]

¿Cómo puede realizarse un ser humano en la situación de la mujer?
¿Qué caminos le están abiertos?
¿Cuáles desembocan en callejones sin salida?
¿Cómo encontrar la independencia en el seno de la dependencia?
¿Qué circunstancias limitan la libertad de la mujer?
¿Puede ésta superarlas?
He aquí las cuestiones fundamentales que desearíamos dilucidar

(Simone de Beauvoir, El segundo sexo)

 

Introducción

La serie de preguntas con las que abre este texto vieron la luz en 1949. Su vigencia, así como las dificultades para responderlas de forma clara y alentadora, persisten en nuestros días. El propósito del presente artículo es reflexionar acerca de la labor de las parteras en el municipio de Chalchihuitán, Chiapas, como un medio para el acceso a la justicia en materia de derechos sexuales y reproductivos[2].

            La reflexión tiene como eje rector el enfoque de derechos humanos[3]. Ideas como la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad humana circundan el análisis y, paralelamente, ayudan a visibilizar las situaciones de exclusión en las que se encuentran las personas de los pueblos originarios de nuestro país y, en particular, las mujeres que viven en dichas comunidades.

            El cuerpo de la disertación es producto del aprendizaje adquirido durante mi estancia voluntaria en la Casa de la Mujer Indígena de Chalchihuitán (CAMI). Las realidades que observé, me conminaron a relatar y compartir la gravedad de las circunstancias que subsisten en el municipio, pero también las historias y esfuerzos de las parteras por reducir los índices de mortalidad materna en la entidad.

El objetivo del proyecto CAMI

Conformado por once mujeres, ocho de ellas parteras tradicionales y tres dedicadas a las labores administrativas, todas oriundas de las comunidades alrededor del municipio[4], se plantearon un objetivo fundamental: brindar atención a las mujeres durante su embarazo, atenderlas en el momento del parto y darle seguimiento a la salud de éstas en el transcurso del puerperio.

            Sin embargo, como grupo organizado que son y teniendo en cuenta su formación como parteras tradicionales, extendieron sus labores todavía más. Implementan talleres y pláticas sobre educación sexual, métodos anticonceptivos y planificación familiar, ya sea en las instalaciones de la CAMI o en las escuelas del municipio. Realizan presentaciones de teatro guiñol en la plaza pública, con guiones que visibilizan situaciones cotidianas de discriminación y violencia de género. Dan asesorías en materia de alimentación para las mujeres en periodo de lactancia y consejos sobre la ingesta calórica que requiere una niña o niño recién nacido. Además, fungen como traductoras (tsotsil-español, español-tsotsil) entre las personas de la comunidad y los servicios públicos de salud en Chalchihuitán.

            El arraigo por la partería tradicional en las comunidades, les permite a ellas desarrollar fuertes vínculos de cooperación, confianza y pertenencia. Valorar su labor es fundamental para reducir, no solo la mortalidad materna, sino la violencia obstétrica y de género, la desigualdad y la discriminación que vulneran los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres indígenas.

Parteras y defensoras de derechos humanos

Las parteras y el proyecto CAMI representan una vanguardia que promueve acciones locales para la igualdad y la justicia. Asumirse como agentes de cambio conlleva un largo proceso de superación de obstáculos. Como pioneras en un mundo en el que su voz difícilmente es escuchada, participan en el mejoramiento de sus espacios de convivencia de manera permanente.

            De parteras, ocuparon el rol de defensoras de derechos humanos y viceversa. Encararon lo difícil que es hablar de temas de salud y sexualidad, de empoderamiento, en una realidad en la que el papel de las mujeres ha sido relegado de la toma de decisiones y de la construcción del espacio compartido. Cuestionan los discursos que centran el valor de las mujeres en su capacidad para engendrar y acrecentar la familia en términos numéricos.

            Los mensajes que trasmiten durante sus actividades tienen como objetivo resaltar que el cuerpo de las mujeres es solamente suyo y que las decisiones que tomen al respecto competen únicamente a ellas como individuos. La trascendencia del mensaje conlleva la ruptura con los mecanismos tradicionales que las excluyen de ser partícipes de la cosa pública, y también las empoderan en sus espacios privados para exigir una vida libre de violencia.

            La CAMI atiende y brinda apoyo emocional a las mujeres que han sido violentadas y violadas. También les ofrece asistencia médica, de primeros auxilios, cuando las heridas físicas que recibieron lo requieren. No es fácil atender los casos de violencia. Ver a una mujer con machetazos en las piernas, producto del enojo alcohólico de un hombre que creyó tener la potestad sobre otro cuerpo, representa una imagen altamente cruda. Además, las mujeres no desean acudir al hospital por temor a que el agresor, muchas veces el cónyuge, se entere que recibió atención médica y sea evidenciado ante las autoridades.

            Como primer paso, las parteras han levantado la voz para cuestionarse la disparidad, la violencia y la diferenciación por género. No obstante la realidad es mucho menos alentadora. Mientras que los hombres tienen la posibilidad, en su mayoría, de partir hacia otros lugares fuera de la comunidad, de intercambiar modos de ver el mundo, de aprender a utilizar técnicas o herramientas que les benefician con su día a día[5] y de participar en las asambleas de la comunidad; las mujeres subsisten en la privación y se enfrentan a la barrera impuesta que les impide ver el mundo con sus propios ojos.

            Las realidades de las mujeres indígenas en Chalchihuitán representan el discurso y la práctica de un sometimiento permanente al interior de sus comunidades. Desde que amanece y hasta que se oculta el sol realizan faenas extenuantes[6]. Si alguna mujer marcha fuera de casa sin la intención de realizar una actividad preestablecida o si no se acompaña de alguno de sus hijos o de su esposo, es criticada por la propia comunidad; es la “buscona”[7] que no está recluida en las cuatro paredes que le fueron asignadas en el momento del matrimonio.

            Al ser las mujeres las que permanecen en casa, son también quienes enfrentan las limitaciones de una vivienda exigua; en su mayoría con piso de tierra, una extensión no mayor a los dieciocho metros cuadrados, paredes de madera corroídas por el tiempo a las que se les cuelan las brisas frías de las noches, un techo de lámina que, en el mejor de los casos, impide las filtraciones al por mayor en temporada de lluvias. La luz en algunas de estas viviendas es un gran logro de la imaginación para colgar unos cuantos cables que crucen el último poste de luz en el camino. Ni hablar de agua corriente, mucho menos de la existencia de una toma de agua cercana o un grifo.

            Este enclaustramiento o la permanencia en el espacio doméstico, obstaculiza que las mujeres tejan redes de solidaridad y que compartan ideas en la plaza pública con sus pares. En estas condiciones, la capacidad creativa, la posibilidad de descubrimiento y la oportunidad de pensar en modos de alcanzar su realización personal se menoscaba. Esto no implica que no haya caminos hacia la igualdad, sino que las circunstancias para alcanzarla son complejas y están arraigadas dentro de sus formas de convivencia.

La red de parteras como principio de solidaridad

La gama de actitudes discriminatorias que padecen las mujeres también se presentan en los servicios públicos de salud del municipio. El primer obstáculo al que tienen que enfrentarse, es la barrera del lenguaje. Ya sea que las mujeres asistan a un chequeo obstétrico, a labor de parto o que acudan a una plática de planificación familiar, lo cierto, es que el hecho de que se presenten al hospital simboliza un logro en sí mismo; y no solo porque éste se encuentre alejado y sea resbaladiza la forma de llegar a él, sino por el hecho, evidente, de la mala atención que se les brinda, desde su recibimiento en las instalaciones, hasta la apatía con la que se les trata. Por ello, es un logro que decidan asistir, porque es un recurso que no es su primera opción. Aun así, confían, como última instancia, en que allí se les dará respuesta a sus malestares físicos y encontrarán alivio.

            Para ilustrar la situación, expondré el siguiente caso: una mujer de veintisiete años, con una hija de dos y otra de un día de nacida, padeció la situación en la que se sintió incapaz de asistir al hospital por cuenta propia. Debido a que no hablaba español, esperaba en casa a que llegara su esposo y le acompañara a pedir asistencia para su bebé recién nacida, ya que esta última presentaba un cuadro de alta temperatura.

            Dado que las horas pasaron y la mujer no tuvo noticias de su marido, acudió a las parteras. Éstas recibieron la llamada de auxilio de la mujer y se dirigieron a la casa en donde habitaba. Al llegar, no hicieron más que acompañarla al hospital; arroparon a ambas hijas de la mujer en cuestión y solicitaron la asistencia médica.

            Inmediatamente atendieron en la sala médica a la bebé. La doctora preguntó qué pasaba y las parteras le explicaron que la niña tenía calentura, que había nacido el día de ayer y que la madre no sabía qué hacer al respecto. Procedieron a destaparla en la cama del hospital y se dieron cuenta que estaba manchada de popó. Comenzaron a limpiarla y la dificultad para quitarle los residuos se suscitó mayor. Le preguntaron a la madre el tiempo en el que no había cambiado a la niña y contestó que desde la mañana la había cubierto con sus cobijas. Eran las nueve de la noche. Esto da una idea del tiempo en el que la niña podría haber permanecido sin el aseo adecuado.

            La calentura fue el resultado de las largas horas que la bebé estuvo sin limpieza, ya que la popó llegó a la vulva y los labios vaginales, lo cual le ocasionó una pequeña infección y el cuerpo estaba expresando el malestar a través del incremento de la temperatura. Le explicaron a la madre que no podía permitir que la niña llegara a tales condiciones y que debía limpiarla con agua y cambiarle el pañal cada vez que orinara o defecara.

            Lo paradójico, es que no hay agua para poder limpiar a la niña. Incluso el hospital, que tiene suministro de agua formal, padece de las condiciones insuficientes que genera el abasto. De igual forma, la carencia de pañales agrava esta situación. Al no contar con un ingreso, la mujer tiene que esperar a que el cónyuge llegue a casa para solicitarle dinero y comprar lo que requiere. El hombre en cuestión no apareció en ningún momento mientras permanecimos con ella.

            Las parteras, precisamente, son ese acompañamiento ante la soledad de estas mujeres. Le apoyaron con algunos pañales que están destinados para ello y esperaron a que dieran de alta a la bebé una vez controlada su temperatura. Ante situaciones que pueden parecer sencillas en el espacio urbano, es importante resaltar que una acción oportuna en las comunidades es vital para reponer el estado de salud de cualquier persona. La labor de las parteras como redes de solidaridad es sumamente importante, ya que responden con responsabilidad y valoran estas situaciones de emergencia como tales.

            Que a las mujeres se les restrinjan las posibilidades de salir a crear redes de apoyo, a trabajar o a esparcirse, suscita que situaciones tan sencillas se tornen riesgosas. La falta de suministro de agua, como ya lo mencionamos, juega un papel transversal en la vida de todas las personas. No puede haber condiciones mínimas de higiene en tales circunstancias y, mucho menos, posibilidades para pensar en otra cosa que no sea la supervivencia. Adicional a ello, encontramos una planta médica que, aunque no son todos, reproducen comportamientos discriminatorios en el lugar en el que ejecutan sus actividades. Debería ser requisito que tomaran clases de idioma, acorde con las comunidades en las que tendrán impacto. Es este caso, deberían aprender tsotsil para mejorar los servicios que brindan y, con ello, establecer una relación más cercana con las parteras y la comunidad en general.

Hacer asequible el camino para los Derechos Humanos

El acceso a la justicia en materia de derechos sexuales y reproductivos que practican las parteras mediante sus acciones, fungen como medios para la realización personal y colectiva de las mujeres de la entidad. Difícilmente puede haber justicia, o pensar sobre ésta, donde no hay condiciones mínimas para despertar la conciencia. En donde el hambre, la falta de agua potable, la carencia de una vivienda digna, la discriminación, la poca o nula valoración de la cultura, sigan presentes, los obstáculos para alcanzar la dignidad humana se acrecentarán.

            Si bien la legislación nacional y su correspondiente reforma constitucional en 2011, que reconoce los derechos humanos de todas las personas, es sumamente valiosa, hace falta traducirla en impactos sustantivos que garanticen los medios esenciales para desarrollar la potencialidad humana.

            Ante las múltiples esferas que afecta la condición de pobreza, la labor de las parteras en el municipio es fundamental, ya que visibiliza las situaciones de exclusión y marginación en las que conviven. Estas mujeres llevan sobre sí mismas la responsabilidad de despertar la conciencia individual y colectiva de sus pares en la comunidad.

            La suma de voluntades, para ellas que han sido privadas de participar en la construcción del espacio compartido, es vital para reconfigurar el discurso que las mantiene subyugadas a condiciones de desigualdad, violencia y discriminación. Su objetivo es cambiar ese imaginario y traducir los ideales de dignidad humana, libertad, igualdad y justicia, en la instauración de los derechos humanos, bajo su propia lógica comunitaria y a la luz de sus propias circunstancias.

Bibliografía

Ahumada, Claudia, y Kowalski-Morton, Shannon, Derechos sexuales y derechos reproductivos, Canadá, The youth coalition, 2006.

Arendt, Hannah, La condición humana, Barcelona, Seix Barral, 1974.

Arendt, Hannah, Sobre la revolución, Madrid, Alianza, 2006.

Damián, Gisela, Naxihi na xinxe na xihi: Por una vida libre de violencia para las mujeres en el Valle de San Quintin, Baja California. México, D.F., U.A.M.-X., C.S.H., Depto. de Relaciones Sociales, 2013, 1ª edición.

De Beauvoir, Simone, El segundo sexo, México, Siglo XX, Alianza, 1989.

Naciones Unidas, El estado de las parteras en el mundo 2014. Hacia el acceso universal a la salud, un derecho de la mujer. Junio 2014.

Serrano, Sandra, y Vázquez, Daniel, Los derechos humanos en acción: operacionalización de los estándares internacionales de los derechos humanos, FLACSO, México.

[1] Politólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Colabora voluntariamente en el Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM (PUDH-UNAM) y en Amnistía Internacional, con el equipo de Educación en Derechos Humanos, facilita talleres de Derechos Sexuales y Reproductivos.

[2] Véase, Ahumada, Claudia, y Kowalski-Morton, Shannon, Derechos sexuales y derechos reproductivos, The youth coalition, Canadá, 2006. Los derechos sexuales y reproductivos entrelazan con el derecho a la salud, a la vida, a la educación e información sexual, a decidir sobre el número y espaciamiento de los hijos e hijas, a vivir sin discriminación, y a no sufrir violencia. Disponible en:

 (http://www.espolea.org/uploads/8/7/2/7/8727772/guia_activista_dsdr__withcover.pdf).

[3] Véase, Serrano, Sandra, y Vázquez, Daniel, Los derechos humanos en acción: operacionalización de los estándares internacionales de los derechos humanos, FLACSO, México.

[4] Las comunidades a las que pertenecen las parteras son: Canteal, Loolaltic, Chenmut, Canech, Balunaco, Tzacucum y Emiliano Zapata

[5] La posibilidad de salir de sus comunidades les permite tener contacto con la lengua española. Esto les genera ventajas comparativas para conseguir empleos en zonas urbanas. Situación que, en la mayoría de los casos, para las mujeres está vedada.

[6] Cargar una gran cantidad de leña sobre sus espaldas con la cual cocinarán el alimento del día, o acarrear agua a kilómetros del lugar en el que viven con la que puedan bañarse y lavar los alimentos para la familia, son las exigencias mínimas de su vida cotidiana y son sumamente desgastantes

[7] La palabra “buscona” hace referencia a una desacreditación para la mujer que sale de su casa para conseguir marido, cuando ya tiene uno.