Carta del Vaticano
al régimen de Nicolás Maduro

Vaticano, 1° de diciembre de 2016
CONFIDENCIAL

Estimado Señor:

Después de los dos encuentros de la Mesa del Diálogo Nacional Gobierno-Oposición en Venezuela, celebrados el 23 de octubre y el 11-12 de noviembre de 2016 en Caracas, a la luz de los resultados a los que hace referencia el documento “Gobierno nacional y la Mesa de Unidad Democrática (MUD) de Venezuela celebran II Reunión plenaria en el marco del diálogo nacional”, en consideración del impacto que los mismos han tenido en la población del País y en vista del próximo encuentro del 6 de diciembre de 2016, siento el deber, en nombre y por disposición del Santo Padre Francisco, de dirigirme a Usted, en cuanto Jefe de la Delegación de la Oposición en la Mesa del Diálogo Nacional, para compartir algunas observaciones, además, en conocimiento del Sr. Ernesto Samper Pizano, en cuanto promotor de la iniciativa de diálogo junto con los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos Espino y Leonel Fernández Reyna, y del Sr. Jorge Rodríguez Gómez, que guía la Delegación del Gobierno en la Mesa del Diálogo Nacional.

            1) El diálogo es algo consustancial al ser humano, el cual ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza como ser relacional que se desarrolla y alcanza su perfección a través del encuentro interpersonal. Ello exige que las personas que pretenden dialogar posean una serie de disposiciones y de requisitos psicológicos, espirituales y éticos. Decía el Papa Francisco en la homilía de la Casa Santa Marta el 24 de enero de 2014 «Me rompo pero no me doblo afirma una cierta sabiduría popular. Me doblo para no romper, sugiere la sabiduría cristiana. Dos modos de entender la vida: el primero con su dureza, fácilmente destinado a alzar muros de incomunicación entre personas, hasta la degeneración del odio. El segundo se inclina a crear puentes de comprensión, también después de una pelea». Entre otras, hay dos condiciones que hacen posible y eficaz el diálogo y no lo someten al riesgo de convertirlo en un ejercicio estéril y frustrante: a) la capacidad del reconocimiento mutuo como personas con dignidad inherente e inalienable, dotadas de razón y libertad y con vocación de búsqueda y servicio al bien común; b) la voluntad seria de respetar los eventuales acuerdos alcanzados y su puntual aplicación, sin tergiversaciones o ulteriores condiciones. Sigue leyendo