Clásicos

30 lecciones de democracia, por Giovanni Sartori

Lección 19
Revolución

Casi todos los términos de los que hemos hablado son términos recientes. También la palabra “revolución” se remonta a hace poco más de dos siglos. Antes de 1789 se utilizaba para expresar un concepto astronómico: la revolución de los astros, y cosas parecidas. Entre 1644 y 1660, Oliver Cromwell llevó a cabo una verdadera revolución: decapitó a un soberano, instauró una república, hizo, en suma, todo lo que después harían los revolucionarios franceses; y sin embargo, para definir aquel acontecimiento nunca se empleó la palabra revolución. El término, en su significado posastronómico, aparece por primera vez, siempre en Inglaterra, a finales del siglo XVII, cuando Guillermo de Orange, con una invasión concertada, se instaló en el trono; y el episodio pasó a la historia como la Gloriosa Revolución, pese a que no fue en absoluto una revolución.

La primera revolución que se denominó así, y que lo fue de verdad, fue la Revolución

francesa. A partir de entonces es cuando el término asume el significado contemporáneo. La revolución es una sublevación desde abajo, pero no es una pura y simple rebelión; tiene que ser una sublevación guiada por un proyecto y por ideales que transforma no sólo el sistema político, sino también el sistema económico y social. Por tanto, una revolución se caracteriza por la violencia y por una ruptura, digamos “proyectada”, con el pasado. En ese sentido, cabe recordar que la denominada Revolución americana no lo fue en absoluto. Es cierto que los colonos de Nueva Inglaterra se rebelaron, pero para obtener los mismos derechos y las mismas libertades de que gozaban los británicos.

Y ahora llega la sorpresa. Siguiendo el criterio de la definición creada a partir de 1789, ni siquiera la denominada Revolución rusa de octubre, liderada por Lenin, fue una revolución. Fue más bien un golpe de Estado, en el que los marineros del crucero Aurora tomaron el Palacio de Invierno y lo ocuparon. La verdadera revolución fue la del mes de febrero anterior, y ésa fue la revolución que quedó enseguida amordazada. Después del octubre rojo, se convocaron elecciones. Lenin las perdió clamorosamente y fue en ese momento cuando decidió liquidar también la Asamblea constituyente. Desde entonces, toda la experiencia soviética se desarrolló como una revolución desde arriba. Hubo transformación –y radical– pero impuesta enteramente por una reducidísima élite dictatorial. Por consiguiente, nada de revolución desde abajo. Si acaso, fue una contrarrevolución, contra la revolución de febrero de 1917. ¿Les asombra? Bien.

Fuente: Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 93-95.