Por Luis de la Barreda Solórzano
26 de enero de 2023
El miedo a las
represalias puede y suele ser apto para que las víctimas de una situación de
abuso permanente opten por la resignación resentida: en muchos países,
rebelarse contra su condición les podría costar la libertad o, incluso, la vida.
Por eso es tan
admirable la resistencia de mujeres en Afganistán y en Irán, naciones en las
que gobiernan fanáticos convencidos de que ellas deben estar sometidas a leyes
y costumbres que las mantienen —en pleno siglo XXI— en una esclavitud de
características misóginas, y en las que los gobernantes no se tientan el
corazón para castigar las manifestaciones de inconformidad con penas bárbaras:
flagelación, amputación, lapidación, ahorcamiento.
En ningún país
sometido a la sharía —la ley islámica que rige todos los aspectos públicos y
privados de la vida, y cuyo seguimiento se considera que conduce a la salvación
del alma— las mujeres son titulares de los mismos derechos que los hombres. Se
les margina, se les discrimina y se les imponen deberes que no tienen los
hombres.
Pero la
interpretación de la sharía, que se supone inspirada en la voluntad divina,
varía mucho de un país a otro, por lo que la represión, las humillaciones y las
restricciones a la libertad que padecen las mujeres no son los mismos en todo
el mundo musulmán.
Afganistán, desde
la toma del poder por los talibanes en 2021, no es una patria, sino una jaula
para las mujeres, como lo expresó la académica afgana Homeira Qaderi, que vive
en Estados Unidos. No sólo se ha echado de las universidades a las que ya
estaban inscritas, sino que a las niñas se les ha negado el derecho de cursar
la secundaria. Afganistán es el único país del mundo que excluye a las niñas de
ese derecho.
Otras muchas
prohibiciones pesan sobre las mujeres afganas. Se les prohíbe trabajar fuera
del hogar, excepto en algunos oficios y funciones particulares. No pueden
trasladarse más de 78 kilómetros sin un acompañante varón. No se les permite el
acceso a parques, gimnasios y baños públicos. Es decir, están presas en sus
casas.
A pesar del peligro
que corren, algunas mujeres afganas han salido a la calle a protestar. Se
requiere una altísima dosis de valor para animarse a hacerlo. Los talibanes han
desaparecido a varias de las manifestantes. Han allanado sus domicilios y se
las han llevado sin ofrecer posteriormente dato alguno sobre su paradero.
En Irán, desde la
Revolución Islámica de 1979, las mujeres perdieron muchos de los derechos de
que disfrutaban. A partir de entonces, allí, como en los demás regímenes
islámicos, una mujer no puede heredar más que la mitad de lo que hereda su
hermano y, como en muchos de esos regímenes, debe cubrirse la cabeza.
Los musulmanes
afirman que el velo obedece a la preservación de la pureza de la mujer. En
realidad, se trata de una imposición motivada por la fascinación, pecaminosa
para amargados puritanos y fanáticos religiosos, que suscita el cabello
femenino. Como advierte Erika Bornay, una deslazada y ondulosa cabellera de
mujer ha sido un elemento de enorme admiración y, asimismo, de capacidad
turbadora en los mitos eróticos (La cabellera femenina, Cátedra). Baudelaire
implora: Déjame respirar por largo, largo tiempo, el olor de tus cabellos, y
sumergir toda mi cara, como un hombre excitado de sed en el agua de una fuente.
Y José Martí suspira: Mucho, señora, daría / por tender sobre tu espalda / tu
cabellera bravía, / tu cabellera de gualda: / despacio la tendería, / callado
la besaría.
La joven iraní
Mahsa Amini, de 22 años, fue detenida y asesinada por la policía religiosa
porque llevaba el hiyab —el velo islámico— mal puesto. ¿Qué significa mal
puesto? Lo que los policías religiosos consideren de esa manera. Desde
entonces, decenas de miles de mujeres y hombres solidarios han protestado
contra el régimen a pesar de la salvaje represión de las autoridades, que ha
causado más de 500 muertos durante las manifestaciones y cuatro ejecutados tras
farsas de juicios. Muchas mujeres se han quitado el hiyab no sólo durante las
protestas, sino al transitar en la vía pública.
Admiro
profundamente a esas mujeres que, sin prensa libre, desarmadas, exponiendo la
libertad y la vida, sin más armas que sus sueños y su coraje, se niegan a
seguir siendo esclavas.
Fuente:
https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/las-mujeres-en-afganistan-y-en-iran/1566559
(02/02/23)