Cosas veredes

Luis de la Barreda Solórzano

Extraña simpatía

Me aterra que en mi país haya simpatizantes del régimen de Nicolás Maduro, no sólo entre organizaciones sociales que han dado muestras claras de sus posturas antidemocráticas y su proclividad a la corrupción, en partidos como el Partido del Trabajo y Morena, y en el diario La Jornada, sino también entre académicos universitarios

            ¿Qué clase de prédica recetan a los jóvenes alumnos esos profesores que proclaman a Hugo Chávez y Nicolás Maduro como ejemplares libertadores del pueblo venezolano? ¿Basta etiquetarse como socialista y enemigo del imperialismo yanqui para que la inepcia, la tiranía, la corrupción y los crímenes sean soslayados o incluso aplaudidos?. Sigue leyendo→

Los que no merecen vivir

En este mismo espacio manifesté perplejidad y espanto ante el hecho de que en México un régimen tan deplorable como el venezolano cuente con simpatizantes incluso entre académicos universitarios. Son tan graves las desgracias que ese gobierno ha causado a Venezuela que parece que su propósito es conseguir que el país se desmorone.

            Dejemos de lado la terrible crisis económica, la escasez de alimentos y medicinas, la tasa de pobres que se ha duplicado y hoy supera 80% de la población. Fijemos nuestra atención solamente en la crueldad represiva del gobierno de Maduro: más de 400 opositores presos, más de 120 personas asesinadas por la policía y los colectivos chavistas y más de cinco mil detenciones arbitrarias durante las protestas de los últimos cuatros meses, torturas a los detenidos. Sigue leyendo→

Alcahuetería

Lo peor de las religiones es el daño que han hecho a quienes no comulgan con sus dogmas. La religión no siempre es el conjunto de creencias acerca de la divinidad. También son religiosas las doctrinas sociales que se someten a la servidumbre de las ideologías. La fe en Dios no se hace cargo de sucesos constatables, pues no está basada en evidencias, sino en la intuición de algo que nadie ha visto.

            El credo ideológico amolda la realidad al prejuicio doctrinario. Una y otro, por supuesto, pueden ser impostaciones, creencias que no se sostienen por convicción, sino por conveniencia acomodaticia. En las sociedades teocráticas y las tiranías la herejía y la disidencia pueden costar muy caro. Sigue leyendo→

Matar

Matar. Qué sencillo resulta destruir una vida humana, única e irrepetible, producto de un azar milagroso que en el momento de la concepción venció a la nada y posteriormente fue derrotando las acechanzas que en todo momento nos acosan a los seres humanos, tan frágiles, tan vulnerables, tan mortales.

            Macbeth le responde a su mujer que lo incita a asesinar al rey Duncan que esa noche es su huésped: “Me atrevo a lo que se atreva un hombre; quien se atreva a más, no lo es”. Después rompe con sus escrúpulos y no sólo priva de la vida al monarca, sino también a cuantos podrían interponerse en su sangriento camino al trono. Pero en el primer instante en que se le invita a matar, su respuesta es la de un ser humano consciente de que el que mata traspasa una frontera tras la cual no hay retorno. Sigue leyendo→

El fanático

La primera condición para ser un fanático es pertenecer al conjunto de seres humanos a los que podemos caracterizar como creyentes. Éstos no se aventuran en los laberintos de las disquisiciones y las dubitaciones. A diferencia de los pensantes ––aficionados a razonar, escuchar a los que piensan distinto, examinar los argumentos, dudar de sus certezas y llegar a conclusiones basadas en las evidencias y el análisis lógico––, los creyentes tienen algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado. Y de ahí no quieren moverse.

            Desde luego, se puede ser un creyente razonable. El fanático no lo es. Lo que caracteriza al fanatismo es el apasionamiento y la tenacidad desmedida en la defensa de sus creencias, especialmente las religiosas o las políticas. El fanático se casa indisolublemente con su credo y, por tanto, no quiere saber de razonamientos que lo pongan en entredicho. La duda le resulta inadmisible y, por tanto, cierra los ojos ante la ridiculez de una certeza sin fisuras. Sigue leyendo→