El ser y el deber ser de la Universidad Nacional Autónoma de México[1]
(fragmento)

I. Introducción

Este ensayo no constituye un diagnóstico sobre la situación general de la Universidad Nacional Autónoma de México; ese diagnóstico lo hice ya en abril de 1986, con el trabajo “Fortaleza y Debilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México”, en el cual expuse los principales problemas de la Casa de Estudios.

En la presente ocasión no formulo proposiciones, porque mi finalidad consiste en volver a mostrar las ideas y los principios sobre los cuales se han construido las que anteriormente he formulado y las que en lo sucesivo formularé.

Reitero ahora pensamientos que he expuesto durante más de tres años. En ese sentido, no es original lo que diré; muchos de esos pensamientos los han exteriorizado, en diversos tiempos y ocasiones, los universitarios que han fortalecido a la Universidad de nuestros días.

Este ensayo se ha enriquecido con el esfuerzo y las opiniones de un número de distinguidos universitarios, con quienes discutí el primer borrador. La coordinación de las labores a él conducentes, la realizaron el Secretario General Académico y su grupo de trabajo. A [ellos] expondré mi profundo agradecimiento. Sin embargo, soy el único responsable de la actual manifestación de todas y cada una de ellas.

Llevo más de tres años empeñado en impulsar la superación académica y en resolver los problemas de nuestra Universidad. Del primer conjunto de medidas que presenté, orientadas a la superación académica, tres reglamentos tienen suspendida su aplicación; muchas de las otras medidas en él propuestas, son ya parte del actuar cotidiano de la Institución.

Con todo, es imposible desconocer que el ritmo de esa reforma se ha tornado lento y en ocasiones se ha visto desvirtuado por conflictos y problemas políticos. Empero, la Universidad continúa trabajando académicamente y muy bien en numerosas dependencias.

En este momento en que la Universidad va a comenzar una etapa de reflexión sobre sí misma, deseo colaborar expresando en voz alta cuál es, a mi juicio, el ser y el deber ser de la Universidad Nacional Autónoma de México.

II. Principios y funciones

La Universidad Nacional Autónoma de México es fruto de un gran esfuerzo de nuestro pueblo; un esfuerzo animado por la esperanza en el cumplimiento del proyecto histórico de una nación que busca fundar en la libertad, en la razón, en la

educación y en la cultura el porvenir de un México más justo y soberano.

La Universidad fundada por Justo Sierra tenía la misión de forma las conciencias emancipadas que requería el México libre, moderno y progresista. Nació como vínculo de unión entre los mexicanos, como instrumento de innovación y en contra de posiciones dogmáticas. La Universidad de hoy ha de seguir guiándose por esos principios originarios y por la rica experiencia que ha acumulado a partir de su creación.

Nuestra Universidad es nacional porque es fruto de la historia y de las tradiciones de la nación mexicana; porque se encuentra comprometida con el pueblo que le dio origen y que la sostiene y vigoriza; porque los problemas nacionales son objeto de su principal interés y se esfuerza por proponer las soluciones desde la perspectiva que le es propia; porque ha colaborado y lo seguirá haciendo en la construcción de un país que dé a sus habitantes mejores condiciones de vida individual y colectiva.

En el contexto actual de las relaciones internacionales de poder, la UNAM ratifica su compromiso con la nación, al propiciar su inserción en la llamada revolución de la inteligencia o científico tecnológica. La Institución sirve ahora de mejor manera a México, si contribuye a crear la ciencia y la tecnología que afirmen su soberanía e independencia.

La búsqueda de la superación y excelencia académicas que debe caracterizar a la Universidad, resulta un imperativo insoslayable a la luz del mencionado compromiso. Queremos una mejor Universidad que esté en condiciones de cumplir la misión que le ha conferido el pueblo de México. Éste requiere y merece una Universidad Nacional en la cual cada uno de sus miembros haga su mejor esfuerzo; una Institución que genere los conocimientos necesarios para dar respuesta a los grandes problemas nacionales. La Universidad que debemos poner al servicio de México, no ha de ser una institución mediocre, pues no se encontraría en posibilidad de hacer aportaciones a la solución de dichos problemas, sino una Universidad de excelencia, sólidamente académica y, a la vez, popular, no populista.

La Educación superior pública en general, y la universitaria en particular, en atención a los ideales democráticos, contribuyen a que los individuos tengan acceso a los estratos más altos del conocimiento, y son promotoras de la cultura, del desarrollo, de la movilidad social y de la equidad. La Universidad no debe propiciar la obtención de privilegios, sean éstos individuales o de grupo, si bien ha de reconocer en todo momento las diferencias que, desde el punto de vista del conocimiento, existen entre sus miembros.

La autonomía con que cuenta nuestra Universidad a partir de 1929, y que desde hace menos de una década consagra la Constitución General de la República, faculta a la Institución para gobernarse a sí misma; para enseñar, investigar y difundir la cultura de acuerdo con el principio de libertad de cátedra, de investigación y de discusión, para definir sus planes de estudios y programas, para determinar el marco del ingreso, promoción y permanencia del personal académico, y para administrar su patrimonio.

Tanto en el precepto constitucional como en la Ley Orgánica que nos rige, se hace expreso el reconocimiento de la nación a la capacidad de los universitarios para gobernarse. Por mandato de aquélla, se creó la Universidad Nacional para el cumplimiento de fines específicos que define la propia Ley Orgánica, pero la nación también le confirió la facultad de gobernarse con miras a ellos.

En principio, la idea de autonomía tiene su fundamento en el hecho de que la cultura no puede desarrollarse sino en un ámbito de libertad. La consagración constitucional de la autonomía universitaria presupone una relación de respeto entre el Gobierno, las fuerzas sociales y políticas y nuestra Institución. Esta relación impone y exige de todas las partes el reconocimiento de las respectivas facultades y campos de acción. La definición y práctica de la autonomía entrañan que la Universidad no se confunde con esas fuerzas ni con el Gobierno. Nuestra Institución no puede concebirse como simple reproductora de los valores e ideología de aquéllos, pues no adoctrina en favor de unas u otro. La capacidad crítica propia de los universitarios, su rechazo a dogmas y a hegemonías, impide que la Institución se someta a una determinada fuerza social o política. La Universidad ha de proporcionar el ejercicio creciente de la crítica racional y, por esta vía, la reafirmación de su ser autónomo y nacional.

La autonomía universitaria implica, pues, no sólo un logro de nuestra comunidad sino, sobre todo, un compromiso y una responsabilidad frente a la sociedad. La autonomía, en última instancia, es una fórmula para garantizar que la Universidad y los proyectos académicos en ella desarrollados, estén al servicio de los intereses sociales, sin que aquélla sea perturbada por distintos grupos de poder político y económico. Por ende, la autonomía no debe romper los nexos que existen entre la sociedad y la Universidad, sino garantizar que ésta pueda examinar, al margen de pugnas e intereses sectarios, temas fundamentales para aquélla.

Utilizar la autonomía como pretexto para llevar a cabo acciones ajenas a los fines de la institución, es desoír el mandato de la nación. La Universidad tiene capacidad de autogobernarse en aquellos aspectos definidos en la Constitución de la República y para cumplir las funciones que le encomienda la sociedad y están plasmadas en su Ley Orgánica.

El principio de autonomía implica la libertad de cátedra y de investigación, de discusión y análisis. Sin ella es imposible el desarrollo de la cultura, que no se acrecienta en la uniformidad sino en la crítica, el diálogo y el despliegue de la creatividad sin ataduras. La Universidad quedaría mutilada en sus mismos fundamentos si abdicara de la crítica, de la facultad de analizar todo conocimiento, todo hecho, incluidas ella misma y la sociedad donde se inserta. Sufriría asimismo una mengua sustancial si dejara de ser el espacio en que se manifiestan todas las ideas, todas las corrientes científicas y filosóficas, donde los universitarios confronten las opiniones que tienen acerca de ellas, sin dogmatismos ni hegemonías ideológicas. Sin embargo, tal libertad no puede ser concebida como el derecho a ignorar la observancia de los programas de trabajo y de investigación, o a soslayar el cumplimiento de los planes y programas de estudios, que constituyen, a su vez, el derecho de los estudiantes a que se les dé la educación que se le promete.

La Universidad configura un ámbito privilegiado en el cual han de discutirse sin cortapisas, pero con fundamento y respeto, todas las corrientes del pensamiento todas las posiciones ante la vida. Es parte esencial de la conciencia crítica del país y, también en este sentido, un logro invaluable del pueblo de México.

La Universidad rechaza cualquier dogmatismo y favorece la actitud crítica, educa para la tolerancia y para saberse desempeñar en una sociedad plural.

Fuente:
Carpizo, Jorge, “El ser y el deber ser de la Universidad Nacional Autónoma de México”, en Los derechos humanos en la obra de Jorge Carpizo. México, Defensoría de los Derechos Universitarios – UNAM, 2015, pp.153-196. Versión electrónica disponible en: https://www.defensoria.unam.mx/publicaciones/DHCarpizo.pdf
(última consulta: 12/11/21).


[1] Carpizo, Jorge, El ser y el deber ser de la UNAM, México, UNAM, Serie Ensayo, no. 5, 1988, 40 p.