Las redes sociales han sido un vehículo extraordinario de proyección pública, el cual con frecuencia ha sido utilizado perversamente, por ejemplo, con expresiones de odio.
El contrato del sueco PewDiePie, con 53 millones de seguidores (¡53 millones!) e ingresos anuales superiores a 14 millones de euros gracias al acuerdo con Disney y Google, ha sido cancelado por los mensajes nazis y antisemitas aparecidos en varios videos. En uno de ellos, dos indios sonrientes (remunerado cada uno con cinco euros) sostienen un cartel que dice: “Muerte a los judíos”. En otro se asegura: “Hitler no hizo nada mal”. The Wall Street Journal reveló que al menos nueve de los videos de PewDiePie son propaganda nazi.
Nestlé rescindió el contrato firmado con el youtuber español JPelirrojo cuando éste publicó a propósito de la cornada letal del torero Víctor Barrio: “Me alegra porque es gracias a su muerte que termina la tortura hacia un animal que nunca quiso violencia”.
Otro youtuber, Reset, chino residente en España, grabó y subió a la red la escena en la que le daba de comer a un mendigo una galleta que él mismo había rellenado con pasta de dientes. La fiscalía ha iniciado un procedimiento en su contra.
Un funcionario del sector de telesecundarias de la Secretaría de Educación de Puebla, Carlos Vega Monroy, se quejó en redes sociales de que los Voladores de Papantla tengan servicio médico y publicó un mensaje que dice: “Hagamos patria y exterminémoslos; ellos sólo viven de nuestros impuestos sin aportar nada; son unos chupasangre”. Al lado del texto, una foto de los Voladores y ¡el símbolo nazi! ¿No es increíble que siete décadas después de la caída de Hitler, y conociéndose las atrocidades de su gobierno, todavía hoy existan en nuestro país admiradores de su régimen?
Este último asunto es tan grotesco que probablemente los lectores piensen que no vale la pena dedicarle un solo minuto de atención. El autor del mensaje ha sido cesado y su llamado no podría ser interpretado como una real incitación al crimen, sino como la ocurrencia de una mente pobre y obnubilada. Pero se trata de un servidor público de la institución que tiene como tarea impartir educación secundaria, cuyos destinatarios son muchachos que se encuentran en una etapa decisiva de formación intelectual y emocional.
Algunas de las más importantes compañías de internet —Facebook, Twitter, YouTube y Microsoft— han firmado un código de conducta propuesto por la Unión Europea con la finalidad de erradicar mensajes de discriminación, violencia y odio en redes sociales. Las empresas se comprometen a revisar y bloquear todo contenido que incite a la violencia en un plazo de 24 horas después de haber recibido la notificación al respecto.
El compromiso es de alta relevancia porque las redes sociales son un instrumento utilizado por grupos terroristas —principalmente por el Estado Islámico— para radicalizar a los jóvenes, sobre todo desde los terribles ataques en París y Bruselas.
No falta quien objete que ese código es una transgresión a la libertad de expresión y a la neutralidad de la red. La objeción es infundada. Ninguna libertad es ilimitada. La libertad de expresión ampara la difusión de hechos y de opiniones, por más incómoda que pueda resultar para personas, grupos o autoridades. La incitación al odio, la inducción a actos violentos y la apología de la violencia no dan cuenta de sucesos ni constituyen meros puntos de vista: son expresiones que ponen en peligro bienes jurídicamente protegidos, y eso las hace inaceptables.
La actitud tolerante supone el deber de convivir con modos de vida y conductas que no nos parecen plausibles. Pero la tolerancia también tiene un límite: no se puede tolerar la intolerancia, y tanto los mensajes de odio como las arengas a la agresión y el elogio de ésta son procederes intolerantes, incompatibles con las condiciones que posibilitan la convivencia civilizada.
El odio no se puede prohibir: es un sentimiento íntimo no susceptible de regulación coactiva. Pero quienes odien o aborrezcan a otros simplemente por ser distintos a ellos deben empacharse de su aversión morbosa en la soledad amarga: no tienen derecho al intento de contagio de su miserable veneno.