Desigualdades indignantes. 
El caso de América Latina[1]

Bernardo Kliksberg[2]

No debe existir entre los ciudadanos
ni extrema pobreza ni excesiva riqueza,
porque ambas son productoras de grandes demonios.

Platón

Hay varias América Latina actualmente. Por una parte, una donde las cifras de desigualdad siguen estando entre las más elevadas, comparativamente, del globo. Allí, la pobreza tiene alta presencia y los beneficios del crecimiento llegan muy limitadamente a los sectores populares, porque las propias dinámicas de la desigualdad y el peso político de los poderosos hacen que se queden en los estratos más ricos.

La otra, con fuerte expresión en la Unasur, es citada con frecuencia como ejemplo de que se puede enfrentar la desigualdad y reducirla.

Entre las desigualdades más significativas que presenta la región, se hallan:

1) La brecha de ingresos

Las cifras sobre el coeficiente Gini en algunos países desarrollados líderes en desarrollo económico y social vs. algunos de la región en el período 2000-2010 son marcadamente contrastantes (Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, 2010).

En Noruega, el coeficiente Gini era 25,8; en Holanda 30,9; en Canadá 32,6; en Suecia 25; en Dinamarca 24,7. En todos esos países, sus altos niveles de equidad han sido claves en sus logros.

En cambio, en Chile era de 52; en Panamá de 54,9; en México de 51,6; en Perú de 50,5; en Colombia de 58,5; en Honduras de 55,3; en Guatemala de 53,7. El Gini era el doble que los anteriores. La elevada inequidad causaba descontento y exclusión en esos países. Incluso en Chile, con sus avances económicos, encabezadas por los estudiantes dos millones de personas salieron a protestar a las calles en numerosas marchas en el 2011, reclamando por la inequidad en educación.

2) Las desigualdades múltiples

La dimensión más difundida de la desigualdad latinoamericana es la que se da en la distribución de los ingresos, pero no es la única, ni la más grave. La desigualdad se halla presente en todas las dimensiones centrales de la vida cotidiana de la región.

Otra de sus expresiones es la extrema concentración de un activo productivo fundamental como la tierra, que excluye del acceso a la misma a vastos sectores de la población rural.

Aquí la concentración es mucho peor que en los ingresos. El Gini de tierra de América Latina es mucho peor que el de cualquier otra región del mundo. Supera el 0,70.

Una dimensión clave de las desigualdades es el campo de la educación. Ha habido progresos muy importantes en la región en áreas como alfabetización y matriculación en la escuela primaria. La gran mayoría de los niños ingresan a la escuela, pero son muy altas las tasas de deserción y repetición. Ello genera bajos índices de escolaridad.

La disparidad en años de escolaridad y en posesión de título de secundaria pesa muy fuertemente en las posibilidades futuras, pronunciando los circuitos de desigualdad. Como constata la Cepal (2009): “Las deficiencias educativas condenan a los jóvenes al desempleo o a las ocupaciones informales, y a otras de baja productividad, reproduciéndose las trampas de transmisión intergeneracional de la pobreza”.

A las desigualdades anteriores se suman las imperantes en el campo de la salud, y otras altamente significativas.

Una de ellas es la operante en el área del acceso a crédito. Así, siendo las pequeñas y medianas empresas un factor decisivo en la creación de empleo en la región, las estimaciones indican que los 60 millones de pequeñas y medianas empresas existentes sólo reciben el 5 por ciento del crédito otorgado por las entidades financieras. Hay allí otra fuerte concentración.

Una nueva desigualdad es la del acceso a las tecnologías avanzadas. El número de personas que acceden a Internet está fuertemente concentrado en los estratos superiores. Se ha advertido permanentemente en la región sobre la silenciosa instalación de una amplia “brecha digital”, y la generación de un amplio sector de “analfabetos cibernéticos”.

Factores como la limitada conexión telefónica en los sectores más pobres y los costos significativos de adquirir computadoras dificultan que accedan a Internet los estratos de menores recursos y las pequeñas empresas.

Las desigualdades tienen en América Latina expresiones pico en términos étnicos y de color. Se estima, así, que más del 80 por ciento de los 40 millones de indígenas de la región están en pobreza extrema. También son muy contrastantes las disparidades entre los indicadores básicos de la población blanca y la población afroamericana. A todo ello se suma, con avances, la subsistencia de significativas discriminaciones de género en el mercado de trabajo, hacia los discapacitados, y en relación con las edades mayores.
Todas las desigualdades mencionadas, y otras, interactúan a diario, reforzándose las unas a las otras.

Hay pobreza porque hay desigualdad

Pocos años atrás había en el establishment de economistas quienes defendían a capa y espada las “funcionalidades” de las desigualdades. Acostumbraban a señalar que contribuyen a acumular capitales en ciertos grupos, que luego los reinvertirán y acelerarán el crecimiento, o que son una etapa obligada del progreso.

Hoy, frente a sus evidentes disfuncionalidades, el consenso está girando fuertemente. El Banco Mundial ya reconocía (2004): “La mayoría de los economistas (y otros cientistas sociales) consideran a la desigualdad como un posible freno para el desarrollo”.

Efectivamente, numerosas investigaciones dan cuenta de cuánto le están costando a la región estos niveles de desigualdad, y qué impacto profundo tienen en obstaculizar la posibilidad de un crecimiento sostenido.

Al analizar a América Latina, se menciona con frecuencia que hay pobreza y que hay desigualdad. En realidad, las investigaciones evidencian una situación diferente. Hay pobreza porque hay desigualdad. Es un factor clave para entender por qué un continente con una dotación de recursos naturales privilegiada, y amplias posibilidades en todos los campos, tiene tan importantes porcentajes de pobreza.

Según la Cepal, la pobreza actual es superior a la de 1980 en términos absolutos. En 1980 había 136 millones de pobres. Actualmente la cifra es superior. Los progresos, especialmente en el sur, han bajado el porcentaje, pero sigue siendo alto, supera el 25% por ciento.

Birdsall y Londono (1997) trataron de determinar econométricamente el impacto de la desigualdad sobre la pobreza. Construyeron la simulación siguiente: La primera curva del gráfico muestra la tendencia de la pobreza en la región que, como se observa, ascendió continuamente en los ‘80 y ‘90 con pequeñas variaciones. La segunda simula cuál habría sido la pobreza si la desigualdad hubiera quedado en los niveles de inicios de los ‘70 (antes de las dictaduras militares y de las políticas ortodoxas) y no hubiera seguido creciendo. Era considerable, pero aumentó más en las dos décadas neoliberales. Según sus estimados, la pobreza sería la mitad de lo que efectivamente ha sido. Ha habido un “exceso de pobreza” causado por el aumento de la desigualdad que duplicó la pobreza.

Vinod Thomas (2006), director general del Grupo de Evaluación Independiente del Banco Mundial, plantea: “Ha sido un concepto equivocado la idea de que se puede crecer primero y preocuparse por la distribución después”.

Enfrentando la desigualdad

¿Se puede realmente reducir las desigualdades? ¿Se puede enfrentar los círculos perversos de concentración de riqueza, incidencia desigual sobre el poder político, y aumento de la concentración que la dinamizan? ¿Es posible llevar adelante políticas en favor de las mayorías en condiciones de alta desigualdad?

No tiene sentido especular sobre estas preguntas. En América del Sur, las están contestando los hechos.

Argentina tenía, en el tercer trimestre de 2003, una distancia entre el 10 por ciento más rico y el 10 por ciento más pobre de 40,9 veces. En el tercer trimestre del 2011, había pasado a 20 veces. El coeficiente Gini se estimaba, en 2004, en 51,3. Pasó a 0,406.

Las mejoras en la desigualdad se debieron a políticas públicas muy concretas puestas en marcha a partir de 2003. Al mismo tiempo, hubo políticas activas que potenciaron la capacidad de producción nacional, y generaron 5 millones de empleos entre 2003 y 2011. Se incrementó considerablemente, en términos reales, el salario mínimo, vital y móvil. Según los estimados de la Cepal, en conjunto los salarios reales aumentaron en un 95,5 por ciento desde 2005 en el sector formal de la economía argentina.

Se expandió, asimismo, el sistema de protección social, haciendo ingresar en el mismo a amplios sectores, y se mejoraron significativamente los ingresos percibidos por jubilaciones y pensiones.

A ello se sumó el refuerzo de magnitud que significó el Programa Asignación Universal por Hijo para los trabajadores no formales, que fortaleció los hogares fuera de la economía formal.

El gasto público generó, por otra parte, una gran ampliación en los servicios sociales a que se hacía referencia anteriormente, claves como determinantes sociales de la salud y la educación.

Como destaca Zaiat (24/12/11), a partir de un estudio de Gaggero y Rossignolo, el gasto público, que significaba en 2002 el 20,2 del Producto Bruto Interno, era en 2010 el 45,5 por ciento. El gasto público social aumentó 10 puntos entre 1997 y 2010.

La gestión gubernamental argentina apeló a lo que según la OCDE son factores proigualdad.

La OCDE recomienda, para mejorar la igualdad, “garantizar la prestación de servicios públicos gratuitos y de alta calidad, tales como educación, salud y atención de las familias”.

La más que duplicación de la inversión en educación en la Argentina del período de Menem, en los ‘90, donde era el 3 por ciento del producto bruto, al 6,49 por ciento actual, tuvo profundos impactos a favor de la igualdad.

Brasil era considerado uno de los peores países en desigualdad. Hasta se acuñó, para llamarlo, un nombre, Belindia, refiriéndose a que convivían en él poblaciones con los mejores niveles de riqueza internacionales (como los de Bélgica) y con los peores (como los de partes importantes de la India). Está cambiando bajo las gestiones Lula-Dilma, y mucho más rápidamente de lo que nadie previó.

Políticas muy vigorosas de expansión productiva, que le han permitido reducir totalmente el desempleo, expansión de los servicios públicos, programas compensatorios en gigantesca escala como Hambre Cero y Bolsa Familia, hicieron salir de la pobreza a cerca de 40 millones. Bolsa Familia, que llega a 11 millones de familias pobres, implica una transferencia de ingresos del 0,8 por ciento del producto bruto de un país que pasó a ser la sexta economía en producto bruto de todo el planeta.

Brasil sin Miseria, creado por la actual gestión gubernamental se propuso sacar de la pobreza extrema a los 16 millones de personas en esas condiciones, en tres años, con una masiva transferencia de ingresos y apertura de oportunidades productivas. Tuvo un fuerte énfasis en la potenciación de la agricultura familiar.

Lo de Belindia quedó en el pasado. El coeficiente Gini mejoró. Es un país muy desigual, pero está en curso de cambiar una matriz histórica que parecía imposible de modificar.

Tras ello hubo un cambio de fondo en el paradigma. Según el Informe sobre Desarrollo Humano de 2010 del PNUD, un estudio sobe actitud de las élites del país hacia la educación, en 1990, encontró que eran con frecuencia reacias a ampliar las oportunidades de educación, porque consideraban que educar a los trabajadores haría más difícil manejarlos. A su vez, los que decidían las políticas gubernamentales estaban preocupados porque una mano de obra más costosa redujera las ventajas comparativas en productos trabajo-intensivos.

Concluye el PNUD: “Este pensamiento impedía el desarrollo humano, al llevar a bajas inversiones en capital humano y bienes públicos, menos redistribución y más inestabilidad política”.

La gestión gubernamental en el Uruguay se propuso impulsar la igualdad, reduciendo la pobreza con vigorosas políticas, y entre sus proyectos estrella democratizando el acceso a Internet.

Menos del 20 por ciento de los latinoamericanos tiene Internet. Los costos son prohibitivos para ellos. Así, en tanto cien minutos mensuales de telefonía son el 2 por ciento del ingreso de un habitante del norte industrializado, representan el 26 por ciento del ingreso de un latinoamericano.

El Plan público Ceibal, basado en las computadoras ultraeconómicas desarrolladas por el MIT, llevó una computadora a cada uno de los 362.000 niños y los 18.000 maestros de la escuela pública primaria, e instaló conectividad en todas las escuelas.

El 70 por ciento de las computadoras fueron entregadas a niños que no tenían una computadora en su hogar. La mitad de ellos forman parte del 20 por ciento más pobre de la población.

Se está llevando el programa a todos los estudiantes y profesores de secundaria, y preescolar. Se habilitará un sistema especial para que todos los niños ciegos de las escuelas públicas puedan utilizar el computador.

Diversos países africanos, y de otros continentes, han pedido a Uruguay asesoría para replicar el programa.

Mientras en El Salvador y otros países hay 479 alumnos por computadora, en Uruguay cada niño tendrá la suya. En la misma dirección va Argentina, con su programa Conectar Igualdad, por el cual se entregaron ya casi 2 millones de computadoras en un breve lapso.

En esos y otros países del UNASUR, se está sembrando igualdad. La pelea es larga. Los sectores más conservadores tratan de deslegitimar a las políticas proigualdad, y de presionar para seguir cooptando los Estados, y recibiendo privilegios.

Saben en el fondo que el nuevo modelo de una economía con rostro humano será invencible cuanto más mejore la igualdad.

Impuestos a los más ricos

El Nobel de Economía Paul Krugman dice que los economistas ortodoxos afirman que no se debe criticar a los muy ricos, ni demandar que paguen impuestos más altos porque son “creadores de trabajos”. Afirma: “Los hechos son que unos cuantos de los muy ricos actuales lograron su riqueza destruyendo trabajos en lugar de crearlos”. Señala que ellos se parecen al personaje de la película Wall Street I de Olivier Stone, Gordon Gheekoo, que decía que “la avaricia es buena”, y “yo no creo nada, yo poseo”. Ω

[1] Fragmento del artículo “Desigualdades indignantes”, tomado de:

<http://www.bernardokliksberg.com/articulo/desigualdades-indignantes/> (22 de junio de 2016)

[2] Científico social argentino, doctor en ciencias económicas, reconocido mundialmente como fundador de una nueva disciplina, la Gerencia Social, y como pionero de la “Ética para el Desarrollo”. Asesor especial de la ONU, el PNUD, el UNICEF, la FAO, la UNESCO, la Organización Mundial de la Salud, la OIT y el CAF (Banco de Desarrollo de América Latina).