Punto final a la madrugada de un martes

Karla Salazar Serna

Antonia se preguntaba, mientras miraba su reloj, si esa tarde de café sería una correcta despedida. El retraso de Rafael la había llenado de ansiedad, esa que consume los labios de tanto morderse; además, la regla de no fumar en espacios cerrados la estaba inquietando demasiado. Constantemente volteaba hacia la entrada principal del viejo lugar por dos principales motivos: el primero era esa necesidad básica de satisfacer su deseo de encender un cigarrillo, el segundo se trataba más bien de incertidumbre, la cual había durado ya meses; un encuentro postergado que comenzaría con su llegada iluminando la entrada.

La mesera había notado esa impaciencia, esas piernas largas que no paraban de cambiar de posición, esa búsqueda constante de “algo” en el bolso, y sobre todo su cara, la cara de una mujer enamorada, adornada por cabellos castaños; por ello se portaba amable y, generosamente, se acercaba de vez en vez a servir el café sonriendo. En una de esas visitas a la mesa soltó casi por accidente una exclamación:

            —¡No se preocupe, él vendrá!

Antonia la miró agradecida por ese amable gesto y le devolvió la sonrisa; sin embargo, no tenía la certeza de desear verdaderamente su llegada; sus encuentros, por más placenteros, casi siempre terminaban en dolor.

            —Una mirada más.

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