Salto al vacío

De acuerdo con la información oficial, lo primero que se obtuvo en la averiguación previa sobre los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala fueron dos confesiones. Dos sicarios confesaron, según esa información, que intervinieron en los asesinatos de 17 de los normalistas y enterraron los cadáveres en fosas clandestinas. Parecía el punto de partida de una investigación exitosa.

Pero posteriormente se comprobó que los restos humanos encontrados en las fosas descubiertas no corresponden a ninguno de los desaparecidos. Se trata de otros asesinados, cuya muerte nunca fue investigada por las autoridades, los cuales aumentan la tasa de homicidios dolosos del estado de Guerrero, la más elevada del país —el triple de la media nacional— y una de las más elevadas del mundo.

Entonces, ¿qué pensar de esas confesiones? ¿Por qué no se pidió a los que las rindieron que, con el mismo ánimo de cooperación con que confesaron, indicaran el lugar donde se hicieron las inhumaciones? ¿Por qué no se les pide ahora?

¿Por qué no se informó sobre quién dio la orden, de acuerdo con las declaraciones autoinculpatorias, de ejecutar a los estudiantes? ¿No se dijo nada en las confesiones sobre los otros 25 desaparecidos?

¿Por qué no se dio noticia alguna acerca de los móviles del autor o los autores intelectuales para perpetrar, conforme a la versión de los pistoleros, la matanza (dato de suma importancia, pues nadie sabe las razones o las sinrazones por las cuales se llevó a cabo la masacre y nadie ha ofrecido una explicación plausible)?

Habida cuenta de que la fraudulenta fabricación de culpables ha sido una práctica reiterada en las procuradurías de justicia mexicanas, surge, inevitable y angustiosa, la sospecha de que esas confesiones fueron arrancadas, como tantas otras en tantos casos, con tortura, e incluso la de que los declarantes acaso no sean matones sino meros chivos expiatorios detenidos para ofrecer al menos unas cabezas a la indignada e impaciente opinión pública.

Pero si no se han encontrado los cuerpos sin vida de las víctimas, los cuales se están buscando metro a metro, las confesiones no parecen verosímiles. A un mes de los hechos no sabemos exactamente qué pasó, a pesar de que todo se inició en plena vía pública con la participación de numerosas personas.

No hay día en que no se descubran nuevas fosas. Las afueras de Iguala son, por lo que estamos viendo, un descomunal cementerio del que no se tenía noticia por lo menos en los medios de comunicación. ¿Solamente los alrededores de Iguala o toda la entidad, solamente el estado Guerrero o también otros varios estados del país? ¿De qué tamaño es el reino del horror? ¿Cuántos homicidios no se contabilizan en virtud de que los cadáveres jamás se han localizado porque yacen bajo tierra en sitios ignotos?

Por lo pronto lo urgente es resolver el rompecabezas de Iguala. Sin el hallazgo de los cadáveres, sin que sepamos los porqués y los para qués de las desapariciones o de la carnicería, sin la detención de los autores intelectuales que revelen sus motivaciones, la investigación será, no obstante las decenas de detenciones, un salto al vacío ante la absoluta incredulidad del público.