Ni impunidad ni chivos expiatorios

Al conocer la versión oficial sobre los hechos de Tlatlaya, escribí que “es muy extraño que con tanta frecuencia grupos de delincuentes, al notar la presencia cercana de soldados que no van en busca de ellos, disparen contra la tropa, pues todo el mundo sabe que resulta sumamente improbable, casi imposible, derrotar en un enfrentamiento a tiros a un contingente militar” (Excélsior, 3 de julio de 2014). ¿Es que lo delincuentes atacan inmotivadamente o por motivos ignotos o arranques síquicos incomprensibles a todo grupo con uniformes militares?

A pesar de su dudosa verosimilitud, esa versión Sigue leyendo

El nombramiento del ombudsman

La razón que se da para que el defensor público de los derechos humanos sea elegido por el parlamento sin intervención alguna del poder ejecutivo es la de que ese procedimiento es el más conveniente para favorecer la efectiva autonomía de dicho defensor. Tal argumento soslaya ciertas circunstancias que se presentan al menos en nuestro país. En primer lugar, es frecuente que Sigue leyendo

Fosas

Horror: al tiroteo que privó de la vida a varios estudiantes normalistas que habían tomado autobuses en Iguala siguió el hallazgo de otro joven más, desollado y con las cuencas de los ojos vaciadas, y de seis fosas clandestinas en las afueras de la ciudad con 28 cadáveres no identificados aún. Dos sicarios han confesado que mataron a sangre fría a 17 muchachos que les fueron entregados por la Policía Municipal, sin aportar información acerca de cuál fue la suerte de los otros 26 reportados como desaparecidos ni aclarar por qué, si los asesinados fueron 17, en las fosas yacían 28 cuerpos calcinados. La entrega de las víctimas por parte de la policía es lo más estremecedor del episodio. Es sabido que en varias ciudades del país agentes policiacos son cómplices o encubridores del crimen organizado. Lo que es aterradoramente novedoso es que Sigue leyendo

Salto al vacío

De acuerdo con la información oficial, lo primero que se obtuvo en la averiguación previa sobre los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala fueron dos confesiones. Dos sicarios confesaron, según esa información, que intervinieron en los asesinatos de 17 de los normalistas y enterraron los cadáveres en fosas clandestinas. Parecía el punto de partida de una investigación exitosa.

Pero posteriormente se comprobó que Sigue leyendo

Malala

Nadie merecía como Malala el Premio Nobel de la Paz. Su causa es la de todas las mujeres que en todas partes del mundo aspiran a desarrollarse intelectualmente y a ser plenamente humanas —más allá de lo meramente biológico—, libres, dueñas de sus destinos. Ciertas interpretaciones del Corán pretenden reducirlas —y las han reducido en muchos países— a servidoras dóciles de los varones, sin derecho a educarse, a opinar, a participar en los asuntos públicos, a usar la vestimenta de su preferencia, a mostrar su belleza, a tener contacto con hombres que no sean sus familiares o su cónyuge, a salir de casa sin compañía masculina, a elegir pareja, a decidir sobre la conducción de su vida.

Un malhadado día, un mulá le dijo al padre de Malala, propietario de la escuela donde su hija estudiaba: “Represento a los buenos musulmanes y todos pensamos que su escuela de niñas es haram (prohibido en el Islam) y una blasfemia. Tiene que cerrarla. Las niñas no deben ir a la escuela. Una niña es tan sagrada que debe observar el purdah (segregación o aislamiento de las mujeres) y tan privada que en el Corán no hay ningún nombre de mujer, pues Alá no quiere que se las mencione”.

Malala, a los 13 años de edad, empezó a escribir un diario para la BBC denunciando lo que ocurría en su país, Pakistán, con los talibanes, quienes azotaban a las mujeres, asesinaban a los infieles, destruían escuelas, clausuraban peluquerías, quemaban televisores, prohibían que las niñas fueran a clases y que se escuchara música o se cantara salvo si se trataba de los cánticos gratos al Dios talibán. Malala reivindicó sobre todo el derecho de las niñas a asistir a la escuela.

El martes 9 de octubre de 2012 fue tiroteada, a bocajarro, por un grupo terrorista vinculado a los talibanes. Una de las balas entró por debajo del ojo izquierdo, hizo añicos los huesos de la mitad de la cara y rozó el cerebro. Entonces, una vez más, se comprobó que los milagros existen. No sabemos quién o quiénes los realizan, pero de cuando en cuando (si no fuera así no serían milagros) ocurren. Malala sobrevivió. No podía reír, casi no podía hablar, no podía parpadear con el ojo derecho. El dolor era insoportable. En el hospital Reina Isabel de Birmingham, Reino Unido, se le hizo cirugía reconstructiva y se le rehabilitó.

No se arredró. En su libro Yo soy Malala dice: “Mi objetivo al escribir este libro ha sido alzar mi voz en nombre de los millones de niñas en todo el mundo a las que se niega el derecho a ir a la escuela y a realizar su potencial. Espero que mi historia anime a las niñas a elevar sus voces y a descubrir la fuerza que reside en su interior. Pero mi misión no termina ahí. Mi misión, nuestra misión, exige que actuemos de forma decisiva para educar a las niñas y empoderarlas para cambiar sus vidas y sus comunidades”.

Savater ha escrito lo más justo sobre Malala: “Y yo pensé que el día de la apoteosis definitiva los maestros más gloriosos —Shakespeare, Mozart, Velázquez, Madame Curie, Orson Welles, Hannah Arendt…— se sorprenderán un poco cuando, desde luego muy respetuosamente, sean introducidos en el Palacio de la Cultura por la entrada de servicio. Porque las puertas de oro se abrirán sólo para ella, la niña valiente cuya reivindicación dio sentido a todo lo demás. Cruzará el umbral y heredará el reino”.