El mito revolucionario o el pueblo unido jamás será vencido1

Juan Miguel Zunzunegui

La base de este megamito es precisamente decirnos que México tuvo una revolución, que ésta fue de carácter social, de hecho la primera revolución social del siglo XX, que la luchó el pueblo contra la tiranía de Porfirio Díaz, que evidentemente la ganó el pueblo, y que de ella se derivó un México moderno, y desde luego con justicia social.

Este mito intenta justificar varias cosas: una guerra civil de dos décadas con el simple objetivo de tomar el poder, lo cual resulta poco digno y menos heroico aún…, y desde luego, pretende justificar una dictadura de partido de siete décadas continuas. Tan contradictorio es México, y tanto está acostumbrado a eso, que no le resulta extraño que la revolución haya sido supuestamente por democracia, encabezada por el apóstol de la democracia… y que de ella emanase un partido dictatorial que evitó la democracia todo el siglo XX.

Por esta misma razón casi nadie nota lo ridículo del nombre que adoptó el partido con el tiempo: Partido Revolucionario Institucional, la paradoja y la contradicción tan propias de México están en el partido dictatorial: la revolución significa cambio, lo institucional está quieto e inamovible, son básicamente conceptos antagónicos, pero forman el nombre del partido. Claro que la idea era dejar claro que los ideales de la revolución quedaron institucionalizados en el partido, para lo cual fue necesario crear más mitos.

Además de crear el mito de convertir una masacre por el poder en una revolución, se inventó el mito de que fue social y la ganó el pueblo, cuando en sus diversas etapas la encabezaron aristócratas como Madero, Carranza y Obregón; fue necesario entonces crear los mitos de Zapata y de Villa como los héroes populares, y callar en la medida de lo posible que fueron asesinados precisamente por los que sí ganaron la revolución: Carranza y Obregón.

Otros componentes del mito se plasmaron en murales, donde vemos al campesinado marchando a la guerra…sólo que esto no ocurrió contra Díaz, sino que fue Zapata contra Madero. Otro componente del megamito fue hacer de Díaz, el hombre que nos dio modernidad, un tirano despreciable (fue tan dictador como Juárez y sus 15 años de gobierno sin ganar elecciones, pero Juárez es dogmáticamente bueno).

Como surgió un partido que monopolizó el poder y la revolución, fue necesario inventar la revolución y sus supuestos valores, ésta fue labor principalmente del Tata Cárdenas… por cierto, otro complejo dañino como pocos, necesitar siempre un padre, un Tata, un Mesías, un protector, un dios omnipotente que nos dirija a todos, aunque eso nos haga a todos un tanto estúpidos y autómatas.

Con tanto mito, pasa a segundo término la verdad: que el héroe Carranza mató al héroe Zapata, el héroe Obregón mató a los héroes Villa y Carranza, el héroe Plutarco Elías Calles mató al héroe Obregón y después fue expulsado del país por el héroe Cárdenas. Tanto matadero entre supuestos próceres nos deja claro que, así como no hubo una misma independencia, en definitiva, no hubo una misma y única revolución.

Pero la peor parte del megamito revolucionario se resume en una frase que tristemente subsiste en el siglo XXI: ”me hizo justicia la revolución”, que básicamente se dice cuando alguien, después de quizás décadas de espera, recibe una dádiva gubernamental o un puesto burocrático…, o peor aún, está relacionado con la idea de que, como nuestros bisabuelos se mataron en una guerra civil, ahora merecemos tener todo gratis.

Una revolución es un cambio radical de las estructuras del país… y eso no ha ocurrido nunca, porque precisamente a ese cambio radical, que urge, es a lo que más temen todos los políticos… pero mientras el pueblo se alimente del mito de que ya se dio ese gran cambio con la revolución, los políticos, del color que sea, pueden dormir tranquilos, por eso se sigue enseñando el mito revolucionario.

Por eso en el siglo XX todo partido político, movimiento, sindicato u organización social que se respete debe llevar en algún sitio de su nombre el adjetivo de revolucionario; el ciudadano que es parte de alguno de estos grupos termina por ser escuchado, y el ciudadano de a pie, el clasemediero sin sindicato, partido u organización poco importa a los políticos, menos aún si tiene un poco de pensamiento libre.

Por eso el Tata Cárdenas prefirió ser padre amoroso de un pueblo no pensante y lo aglutinó en diversas organizaciones revolucionarias, cada una de las cuales pretende ser el pueblo mexicano, que luchan sólo por los intereses de su grupo, persiguen la dádiva, pero eso sí, al grito revolucionario de que EL PUEBLO UNIDO JAMÁS SERÁ VENCIDO…, lástima que el pueblo mexicano no haya estado unido nunca, y que ningún grupo social represente al pueblo. Divide y vencerás, una máxima virreinal retomada por el Tata Cárdenas.

EN RESUMEN: Conquistados, derrotados, abandonados por los dioses pero acogidos por una madre celestial traída por la religión del conquistador. Contradictorio, aferrado al pasado, lamentando eternamente la conquista y repudiando al español en español. El mexicano es el contrasentido total, una madeja de confusiones, un amasijo de ideas torcidas y de historias fantasiosas; una víctima de su pasado, convencido de que merece más de lo que tiene, pero empecinado en destruir su destino y seguir en la eterna búsqueda de culpables, que quiere que México cambie sin que él tenga que cambiar. Sueña eternamente con un país mejor…, pero sigue construyendo sobre viejos mitos. Ω

 


[1] Fragmento del libro Los mitos que nos dieron traumas. Penguin Random House. México. 2014, p. 59-62