LECCIÓN 4
Perfeccionismo y utopía

Que en la democracia los ideales son importantes está fuera de discusión. Son importantes, ya lo he dicho, porque sin ideales no existiría una democracia. De lo que se deriva que la democracia se puede definir de forma realista, pero se debe definir también de forma idealista, es decir, prescriptivamente, y no sólo descriptivamente. ¿Qué es un ideal? Obviamente, es una reacción a lo real. Nunca estamos contentos con la realidad tal como es, y por eso quisiéramos que fuese como la perfilan los ideales. Por tanto, podemos definir el ideal como un “contra-real”. Pero cuidado, los ideales son dificilísimos de manejar, porque, si los exageramos, corremos el riesgo de deslizarnos hacia el perfeccionismo o el utopismo.

El perfeccionismo puede definirse como un exceso de idealismo, un idealismo desmedido, y como tal, contraproducente. En suma, el perfeccionismo es un mal uso de los ideales. Pero aquí quisiera detenerme en el utopismo.

El término fue acuñado por Tomás Moro cuando publicó Utopía en 1516. En la obra se describe una buena sociedad, regida por una pura razón natural, ubicada en una isla imaginaria. El neologismo precisamente quería decir “en ningún lugar”, del griego ou (no) y topos (lugar). A diferencia del perfeccionismo, que puede ser activo, la utopía nace como un concepto puramente contemplativo. Tomás Moro escribe Utopía con intención de criticar el estado de Inglaterra bajo los Tudor, y así, en su texto, Moro no dice que “en ningún lugar” signifique “imposible”, que lo inexistente hoy sea también inexistente para siempre. Sin embargo, la palabra viajó por los siglos posteriores con la fuerza de su prefijo, de su negación: “no”, no existe; y tampoco existirá ‘jamás”.

Así hasta Marx. Después, Marx inventó, en las Tesis sobre Feuerbach, la figura del filósofo revolucionario, el que transforma la utopía en realidad. Contextualmente, Marx predicaba el paso de la utopía a la ciencia. Así, en vez de ser un ideal contemplativo, la utopía se transforma en un proyecto de acción. El filósofo-rey de Platón se convierte en el “revolucionario-rey” de Marx. Con un éxito, o mejor, con el fracaso que está todavía fresco en la memoria de todos. Lo que no quita que el concepto fuera radicalmente transformado, y siga estándolo.

Hoy la utopía ya no es una ficción mental sin lugar ni tiempo, ya no es irrealizable. En cambio, se dice que “las utopías son a menudo verdades prematuras” (Karl Mannheim, Ideología y utopía), que el progreso es materialización de utopías, que las utopías de hoy son la realidad del mañana.

Sobre todo en los años sesenta, se hizo una auténtica orgía con la utopía (con la palabra). ¿El resultado? Ya no tenemos un vocablo que exprese lo “imposible”. Pero, una vez muerta la palabra “utopía” para expresar “imposibilidad”, las imposibilidades siguen ahí. Nos guste o no.

Fuente:
Sartori, Giovanni. La democracia en 30 lecciones. México, Taurus, 2009, pp. 27-29.