La atroz toma
de la Alhóndiga de Granaditas1

José A. Aguilar V.

Considerada la primera batalla independentista, la toma de la Alhóndiga[2] de Granaditas en la ciudad de Guanajuato generalmente se celebra como un gran triunfo del bisoño e improvisado ejército de Hidalgo. Se le considera un acto heroico colectivo, cuya culminación fue propiciada por un acto de heroísmo individual de un humilde minero que militaba en el ejército insurgente: El Pípila[3] —cuya existencia real no está plenamente establecida—. Supuestamente, este personaje, protegido con una losa de piedra atada a la espalda, para evitar las balas de los españoles atrincherados, se acercó al portón del granero y le prendió fuego, lo que permitió que los atacantes pudieran entrar.

            Ante la noticia de la llegada de Hidalgo y sus huestes, el intendente [gobernador] del centro minero que entonces tenía por sede a la ciudad de Guanajuato, Juan Antonio Riaño —un veterano y eficiente militar español— ordenó que las familias españolas y criollas afines al gobierno de la Nueva España y la escasa partida militar de que disponía se refugiaran en la alhóndiga. Esta era un edificio sólido, rectangular, de poco más de 5 mil metros cuadrados, en el que buscaron refugio cientos de personas entre soldados, españoles y criollos. Allí fueron a dar niños, mujeres, hombres y ancianos, pero también víveres y bienes ordinarios o suntuosos de algunos de los refugiados. El pueblo llano fue dejado fuera, a su suerte. Sigue leyendo