La bendición de la bomba atómica1

El sacerdote de EE UU que santificó los proyectiles
nucleares lanzados sobre Japón acabó carcomido por la culpa
y convertido en un activo pacifista

Jon Garay

El 6 de agosto de 1945, el superbombardero estadounidense ‘Enola Gay’ dejó caer sobre Hiroshima la bomba atómica. ‘Little Boy’ (Muchachito) acabó en un instante con la vida de 140.000 personas. Tres días después, ‘Fat Man’ (El Gordo), un artefacto todavía más potente, cayó sobre Nagasaki matando a otros 70.000 civiles. El ser humano había dado con el arma que ponía en peligro a la civilización. Asumiendo la evidencia, el 15 de agosto el emperador Hiroito anunció a su pueblo la rendición incondicional de Japón. La Segunda Guerra Mundial había terminado.

            George Zabelka tenía por entonces treinta años. Al igual que tantos otros, este joven idealista de origen austriaco se había alistado dos años antes ansioso por demostrar que podía contribuir a la defensa de Estados Unidos. Su misión no era combatir, sino cubrir las necesidades espirituales del Grupo 509, la unidad de las Fuerzas Armadas creada en 1944 con la única misión de arrojar los artilugios atómicos sobre Japón. Era el capellán de las bombas y de los casi dos mil hombres que formaban aquel equipo. Los consideraba sus «hijos», sus «muchachos». Sigue leyendo