Trepidatorio

Karla Salazar Serna

Ese día a Conchita, mi madre, se le había antojado caldo de gallina; creo que ya estaba harta de la comida que yo le podía preparar. Yo subía las escaleras del edificio con su encargo tratando de no quemarme, lo quería muy caliente. De pronto la alarma sísmica sonó. “Otro temblor”, me dije. Solté sin pensar todo lo que traía en las manos, y aun cuando el instinto animal de sobrevivencia me decía “corre hacia abajo”, yo corrí hacia arriba a buscar a Conchita. Abrí la puerta sin esfuerzo; la cuestión es que no titubeé en ningún momento, corrí hacia su recamara y ahí estaba ella, sentada en la cama, serena, a sus 88 años. Esa era una decisión inteligente. Me miró y estiró sus brazos diciendo:

            —Ven hijo, no tengas miedo.

            La cuestión es que en ese momento ya todo se movía; las puertas, las persianas, sus perfumes y cremas resbalaban de lado a lado sobre el tocador. Los retratos y los cuadros que mi exmujer pintó se caían de las paredes. Ella continuaba serena tomando mi mano pese a los tronidos de las paredes y los rebotes de los muebles. Yo sentía que el suelo no tardaría en partirse por la mitad. Sigue leyendo