Todo

Karla Salazar

Aquella tarde el mundo de Gerardo se vio sacudido por una llamada era la voz de Karen. Ella lo saludaba después de 2 años de completa ausencia, y anunciaba que tenía una sorpresa para él. Su sola llamada ya lo era.

            Todo había comenzado años atrás durante una tarde de invierno, que si bien fría, que si bien gris, el verdadero cliché se reflejaba en las lágrimas que derramaba Karen la primera vez que se vieron. Ella era una joven que había acudido al consultorio de Gerardo por ayuda, o quizás por consuelo, deseaba ya no oprimir el alma y no encontraba las formas para dejar de hacerlo.

            Gerardo, quien contaba con una vasta experiencia en el campo terapéutico, jamás imaginó encontrarse desprevenido; estaba tan acostumbrado a casos nuevos e inexplorados; sin embargo, Karen había llegado y su llegada generó, casi de inmediato, sensaciones fuera del campo racional, su cara triste no opacaba la belleza de sus hombros, el contorno de sus pechos, y esos pies pequeños casi perfectos. Además, ella tenía algo que encerraba misterio, que se contenía por contar, él no podía detener ese deseo por entrar en su cabeza y comenzar a explorar. Las lágrimas se secaron en pocas sesiones, el agobio se desvaneció con rapidez ante los ojos inquietos de Gerardo, y así surgió la verdadera Karen que poco a poco se había vaciado como lava ardiente transformando todo.

            Sus encuentros se habían convertido con prontitud en juegos visuales y palabras traviesas. Pese a una falsa resistencia de Gerardo, Karen logró acercarse y darle espasmos de placer en pequeñas porciones, le narró deseos turbios, con picardía expresaba esas cosas “prohibidas” que le gustaba hacer ante la desaprobación de medio mundo. Entonces no existió remedio, entre circunstancias nada convencionales dos entes se habían encontrado, entendiéndose como un placentero complemento, sus pieles se llamaron, sus miradas fueron cada vez más penetrantes, las sesiones se llenaron de relatos que parecían cobrar vida dejando correr imágenes en las paredes de ese consultorio. En consecuencia, la imaginación trastocó dimensiones inexploradas por ambos entre respiraciones agitadas.

            Gerardo recordó que a la cuarta semana todo era más que evidente, existía una necesidad muy fuerte por verse, él mostraba en cada poro ese deseo constante por ella; en tanto ella, mostraba sus piernas, descubría su pecho y esperaba que su mirada recorriera sin recato su cuerpo. El detonante fue una pregunta casi ingenua:

            —¿Puedo tocar?

            Karen respondió sin palabras llevando su mano a cada parte de su cuerpo. El sintió la suavidad de su piel y la dureza de su carne, se entretuvo mucho tiempo entre sus nalgas mientras lamia sin apresurarse ese tesoro que se le había obsequiado, se sentía dichoso y engolosinado. Y así diversos escenarios eróticos se fueron dando entre esas paredes, semana tras semana, las sesiones terminaron y surgieron tiempos a los que llamaron encuentros, aun así, duraban sólo 60 minutos y no tenían más cede que ese consultorio, casi no había tiempo para charlar, apenas titubeaban un saludo y el tributo al sexo comenzaba sin mucha espera. Utilizaban sus bocas para lamer y para casi devorar cada extremidad de sus cuerpos. Todo lo que necesitaban era un par de horas a la semana para construir nuevos ritos de lujuria que traspasaron lugares y tiempos. Fueron muchas mañanas, muchas caricias y siempre había espacio para un beso más. Cada vez que la penetró se sintió correspondido al sentir el abrazo cálido de esos pétalos de terciopelo, que conjugados con movimientos arqueados y sonidos guturales inundaban de esplendor cada rincón del consultorio. Era toda una fiesta erótica que motorizaba el mundo de ambos.

            Sin embargo, un día de forma repentina todo se había terminado, aparentemente sin ningún motivo se dio fin a  esos encuentros, no existieron despedidas, no se dejaron explicaciones, simplemente Karen desapareció dando paso a plenos recuerdos y frustrados deseos.

            Por ello, esa llamada generó muchas ilusiones, revivió caricias, sabores, aromas, Gerardo se encontró una vez más envuelto de esos entornos que sólo con Karen podía construir, no lo podía creer ella había regresado a su vida. Durante la conversación telefónica que sostuvieron no se dijo mucho, se cumplieron cordialidades y se arreglo el nuevo encuentro. Gerardo contaba las horas, se mostraba inquieto y feliz, imaginaba cómo sería, pensaba en ella tocando la puerta del consultorio, un encuentro en principio tierno acompañado de un primer saludo con un beso suave en su mejilla, donde apenas habría minutos para ponerse al día, que las palabras serían interrumpidas por dedos y lenguas juguetonas, que ineludiblemente los cuerpos comenzarían su propio lenguaje y que el tiempo transcurrido se disolvería en nada.

            Sin embargo, algunas preguntas aparecieron sin argumentos que formaran buenas respuestas ¿cuál era la sorpresa? ¿Por qué se había marchado sin explicación alguna? ¿Por qué no hubo forma humana de contactarla nuevamente? ¿Quién o quiénes habían sido sus nuevos amantes? pero ¿qué más daba? Si otra vez Karen llegaba y se brindaría para él, los momentos de ese reencuentro serían intensos y sin daño, bajo esa ilusión pronto acabaron los cuestionamientos, lo único que importaba era su regreso y esa inminente entrega incondicional de la que él estaba seguro.

            El tiempo seguía su ritmo, mientras Gerardo dramatizaba el reencuentro, sería una nueva entrega, marcada por deseos reprimidos que se soltarían en corrientes de lujuria, otra vez tendría una duración de 60 minutos, al finalizar Karen recogería su vestido y sus prendas íntimas, miraría el desordenado sofá con travesura acusándolo de cómplice de viejos y nuevos encuentros cómo usualmente solía hacerlo, con una sonrisa se despediría sin promesas. Entonces se imaginó sereno ante sus palabras, con la certeza de que era ella quién había llegado.

            El día en que sucedería el encuentro, no dejo de repetirse para él esa palabra que encerraba la esencia de esa mujer que había dejado de ser una joven triste, la palabra era: todo.  Esa era la palabra que Gerardo usaba para señalar “todo” lo que ella traía consigo cuando llegaba y “todo” lo que ella dejaba cuando se marchaba. De esta manera, transcurrieron las horas apretando sensaciones, conteniendo deseos, parecía que el hombre terminaría con sus zapatos de tanto recorrer de un lado al otro el consultorio o bien de mover los pies repetidamente mientras consultaba a otros pacientes; imaginaba “todo” ¿qué sería esta vez “todo”?

            Quince minutos después de la hora acordada tocaron a la puerta, Gerardo tropieza y casi cae, se detiene, respira y saca un pañuelo para limpiar el sudor de su frente, él desea mirarse sereno, segundos antes de abrir se pregunta ¿cuál será el color con el que viste Karen para su anhelado encuentro?

            Gerardo abre la puerta, lejos de encontrar a una joven y sensual mujer, encuentra a un hombre maduro, nervioso y demasiado flaco, vestía un traje que notablemente era una talla mas grande, cargaba un portafolio descuidado que hacia una combinación perfecta con sus zapatos sucios. Éste le extiende un oficio que Gerardo toma por inercia, y el hombre le dice:

—Está notificado, ha sido demandado por abuso y mala praxis profesional.