Entrevista a Mario Bunge1
(Es preciso que las humanidades
y las ciencias sociales adopten
la actitud científica)

Eduardo Quintana

(En 1947 fue expulsado del Partido Comunista por tener “iniciativa propia”; hoy es uno de los principales críticos al marxismo, desde el punto de vista científico. En 1951 lo metieron preso acusado de fomentar una huelga ferroviaria y por desafiar un decreto-ley de 1949, que prohibía huelgas en la Argentina. En 1963 y tras la censura ideológica del Gobierno, se vio forzado a emigrar y desde 1966 está radicado en Canadá, que le dio una nueva nacionalidad. Sigue leyendo

Me quedan muchos problemas
por resolver, no tengo tiempo
de morirme

(Entrevista a Mario Bunge)

El filósofo, físico y humanista Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) defiende el pensamiento científico como arma para conocer y mejorar el mundo; sueña con construir una “sociedad de socios”, justa y democrática; y arremete contra el posmodernismo, “la filosofía de los ignorantes, reaccionarios e inmorales”. Todo esto, con tal energía y lucidez que hace olvidar que tiene 96 años.

Pampa García Molina[1]
En Sinc, la ciencia es noticia

 

En Ciencia, técnica y desarrollo, su última obra reeditada por Laetoli, defiende que la ciencia y la técnica son los motores de la sociedad moderna. ¿Ciencia y política van de la mano?

Sí, pero cuidado: yo no creo, como creía Foucault, que la ciencia sea un arma política. Los científicos no se proponen alcanzar el poder, sino conocer. Politizar la ciencia es distorsionarla. A mí me interesa la política en parte porque mi padre era médico y político, en parte porque me impactó mucho la gran depresión que empezó en 1929 y, además, porque viví casi toda mi vida en Argentina bajo dictaduras militares.

Me refiero a la dimensión política de la ciencia como herramienta para mejorar el mundo.

Eso sí, la ciencia y la técnica servirán para mejorar el mundo si los dirigentes y sus asesores se dan cuenta de que la política debe utilizar los resultados de la investigación. Esto es, que en lugar de improvisar al calor de las elecciones, estudien seriamente los problemas demográficos, económicos, culturales y sanitarios de la sociedad para proponer soluciones constructivas.

Pero los científicos normalmente no se meten en política…

Hay científicos de dos tipos: naturales y sociales. Un físico no tiene nada que decir como especialista científico acerca de la sociedad. En cambio, un politólogo, un historiador, un demógrafo, un epidemiólogo, un educador o un jurista tienen mucho que decir. En medicina social hay trabajos interesantes en los que basar políticas sanitarias, como el experimento Whitehall, un estudio en Inglaterra sobre el estado de salud de los empleados públicos, que tienen todos el mismo acceso al sistema sanitario. El primero de estos estudios, que duró 30 años, demostró que los jefes viven más y mejor que sus subordinados; en otras palabras, la subordinación enferma.

Una de las conclusiones era que el estrés afecta más al empleado de bajo rango e insatisfecho que a su jefe.

Así es. Antes se creía que el ejercicio del poder causaba úlceras, y no es así. Es al revés. La sumisión causa úlceras. El subordinado, al no participar en las decisiones sobre su propio trabajo, se siente inferior y, de hecho, lo es. Esto tiene una repercusión desfavorable sobre su salud.

Cuando habla usted de ciencias sociales o económicas, ¿realmente cree que son ciencias?

No, en la actualidad son semiciencias porque están dominadas por ideologías. Además algunas ignoran lo esencial. La teoría microeconómica que se enseña en las facultades ignora la producción, da por sentado que las mercancías están ahí listas para ser consumidas. Ignora las crisis económicas. Enfoca su atención en el equilibrio, que se da cuando el consumo iguala a la oferta, pero es un caso muy particular que no se cumple en las crisis. Tratan de explicar un desequilibrio con la teoría del equilibrio.

¿Y la sociología como ciencia tiene algo que aportar a la crisis?

Mucho. La sociología, la economía y la política se deberían unir y la ciencia social debería ser una en lugar de dividirse en departamentos que no se hablan entre sí. Tampoco debería organizarse en escuelas de pensamiento, que es una división puramente ideológica. Necesitamos mejores teorías económicas y sociológicas para dar con la verdad.

¿Usted cree que existe la verdad?

Sí, claro. Es verdad que usted está sentada a mi lado, no es imaginación mía. La verdad no es una construcción social como pretenden los posmodernos. Existe la verdad objetiva y sin ella no podríamos vivir ni una hora. Sabemos que este hotel existe independientemente de que nosotros lo percibamos o no. Pero la verdad no se alcanza de inmediato, sino con la experiencia y haciendo investigación. La totalidad de los posmodernistas niegan la verdad. Incluso dicen que hay que liberarse de la tiranía de la verdad; en otras palabras, hay que dar rienda suelta a la especulación, lo que, a mi modo de ver, es inmoral, es suicida y es dar un paso atrás. Son reaccionarios.

¿Por qué tienen éxito los posmodernistas en la academia?

Los posmodernistas siguen siendo aceptados en los círculos académicos porque negar la ciencia es mucho más fácil que aprenderla. Son contrarios a la Ilustración francesa, a la ciencia, dicen que el cientificismo es dañino, se basan en ideas atrasadas. Decir a los muchachos “no se preocupen si los aprueban o los suspenden en ciencia porque la ciencia no tiene ningún valor” es demagógico. Es la filosofía de los ignorantes.

¿Por qué el posmodernismo se ha relacionado con ideologías progresistas?

Esa es una de las tragedias de la izquierda. La izquierda de mis tiempos era cientificista y la de ahora es anticientificista. Hay quienes creen, por la herencia de Dilthey, que lo social es espiritual y no se puede encender científicamente sino intuitivamente. O incluso que lo social es puramente lingüístico, como suponía Lévi-Strauss y su discípulo principal, Michel Foucault. Quieren destruir la cultura moderna, que se construyó a partir del Renacimiento sobre la base de las ciencias. Encontramos incluso científicos que creen en la homeopatía y niegan la medicina basada en la biología. Es una desgracia.

Una de las definiciones de su diccionario de filosofía dice así: “Académico [trabajo]: Una obra intelectual de interés muy limitado, que probablemente sirve más para el progreso en la carrera de su autor que para el conocimiento humano”. Debe de haber hecho muchos enemigos. ¿Es eso lo que piensa de la universidad moderna?

Depende de los departamentos. Los científicos están en pleno renacimiento, los que están en decadencia son los humanísticos, debido a la invasión de charlatanes como Foucault, Deleuze, De Man, y otra gente que se inspira en Nietzsche y Heidegger.

Usted fundó la Universidad Obrera en Argentina en 1938, que más tarde Perón clausuró. Por su oposición al régimen, pasó un tiempo en la cárcel durante la dictadura. Siempre ha estado politizado. ¿Qué opina de los movimientos sociales que han surgido en los últimos años, como el 15M?

No he hecho un estudio científico de esto, pero cuando apareció, mis amigos madrileños me lo contaban entusiasmados y yo les decía “me parece que no va a ser nada más que una válvula de escape”. Debe haber una organización capaz de tomar esas consignas, que persista después de que se acabe el entusiasmo, y que, en lugar de limitarse a protestar, haga propuestas positivas para ver cuáles son las alternativas deseables y posibles.

Desde su punto de vista de filósofo científico, ¿cuál es la alternativa al sistema actual para lograr una mayor justicia social?

Una sociedad de socios. Una sociedad socialista auténtica, que no sería más que una ampliación de la democracia política. Igualdad de sexos, de razas y de grupos étnicos; una democracia económica alcanzable mediante las cooperativas; una democracia política, con acceso al poder por medios limpios, sin cabildeos que trabajen en función de los intereses particulares. Y una democracia cultural, con educación para todos. El movimiento hacia la democracia integral nació en el momento en el que la educación se hizo universal. Esa es una medida socialista, como la sanidad pública gratuita, de final del siglo XIX.

Entonces no son ideas tan revolucionarias ni novedosas…

No, pero hay que insistir en que no basta la democracia política porque, cuando no hay igualdad, los más poderosos acumulan más poder. Los revolucionarios franceses tuvieron razón: “Libertad, igualdad y fraternidad”. No eran libertarios, ni igualitarios ni comunitarios, juntaban las tres consignas. Yo añadiría una cuarta: competencia. El Estado moderno no puede quedar en manos de aficionados.

El filósofo Feyerabend proponía que las decisiones acerca de la ciencia las tomasen democráticamente consejos de ciudadanos…

Eso es tan absurdo como la propuesta soviética de planificación de la ciencia. La ciencia básica está hecha por individuos más ingeniosos que otros, no se puede planificar y menos aún puede dejarse en manos de gente que no sabe lo que es la ciencia. Eso no es democracia, es estupidez. En ciencia no se toman las decisiones por votación, sino por consenso de expertos científicos. Así funciona cualquier buen laboratorio.

¿Usted sigue leyendo publicaciones científicas?

Sí, estoy suscrito a las revistas Nature y Science; esta me llega gratuitamente por haber sido suscriptor durante más de medio siglo. No leo apenas revistas de filosofía porque no aprendo nada nuevo con ellas. Antes leía de cabo a rabo el Journal of Philosophy con gran interés, pero me parece que está decayendo. La filosofía vive un momento de decadencia.

¿Los filósofos publican en revistas arbitradas, como los científicos?

Sí, pero los árbitros habitualmente no están bien informados. A mí me han retrasado casi todos los trabajos que he enviado a revistas filosóficas porque no entendían de qué les hablaba. Los filósofos suelen ser muy arrogantes y les da rabia otro que produzca más que ellos. Mis colegas me han dificultado la vida porque yo publicaba.

¿El declive de la filosofía tiene que ver con que haya dado la espalda a la ciencia?

Sí, Mosterín tiene mucha razón cuando dice que la filosofía que ignora la ciencia no es interesante ni productiva. Pero no basta con enterarse de los resultados de la ciencia, yo creo que un filósofo debería ir más allá y tratar de entender cómo se consiguieron los resultados, para lo cual hay que hacer alguna investigación científica.

¿Y la ciencia necesita a la filosofía?

La ciencia no se hace en un vacío filosófico, como creían los positivistas y Popper, sino en una matriz filosófica que, a mi modo de ver, incluye el realismo, el materialismo, el sistemismo y el humanismo. Hay que integrar esas distintas posiciones. Es lo que he tratado de hacer en mi Tratado de Filosofía Básica en ocho volúmenes.

En las carreras de ciencias no se estudia filosofía. ¿Es una carencia?

Sí, está mal. Yo siempre he propuesto que los alumnos de ciencias sigan una materia de epistemología, lo malo es que los profesores de epistemología no suelen saber ciencia y los alumnos de ciencias no los respetan mucho.

¿Y por qué las ciencias se separan de las humanidades, si también forman parte de la cultura humana?

La visión idealista de la ciencia es que hay ciencias sociales y naturales, sin solapamiento entre las dos. Esa idea fue defendida sistemáticamente por Wilhelm Dilthey, que no sabía que décadas antes ya habían nacido ciencias mixtas como la demografía, la epidemiología y la medicina social. Es una cuestión de ignorancia nada más.

Y de hecho, la ciencia moderna es multidisciplinar.

Los problemas gordos, sobre todo los sociales, exigen un enfoque multidisciplinar porque son poliédricos. El problema de la educación no se resuelve si al mismo tiempo no se resuelven los problemas de la desigualdad y la atención médica.

Eso también sucede en ciencias naturales: para estudiar el cerebro humano hace falta neurólogos, psicólogos, biólogos, sociólogos…

Sí, de hecho es la vía que se está siguiendo en la psicología científica. Las neurociencias cognitivas tienen en cuenta el ambiente social, saben que el cerebro de un chico que crece en un ambiente culturalmente pobre no se desarrolla igual de bien. Mi hija se dedica a eso, a la psicología del desarrollo.

¿Qué piensa de las teorías de la psicología evolucionista?

Es macaneo puro. En principio, la intención originaria de la psicología evolucionista está bien, pero es muy difícil conseguir evidencias. No tenemos rastros. Un fósil humano no habla sobre la manera de pensar de su expropietario. Y la principal idea errónea es que la mente humana no ha cambiado el curso de los últimos cien mil años.

¿Qué gran logro de la ciencia le gustaría ver?

Ya lo están logrando: la comprensión de los procesos mentales gracias a la fusión de la psicología con la neurociencia.

En física se ha visto la confirmación del bosón de Higgs, de los primeros ecos del Big Bang… ¿Qué más espera de la física?

Yo creo que la física teórica está empantanada porque ha sido acaparada por la teoría de cuerdas, que no sirve para nada, no es una teoría científica. La mayor parte de la gente ha estado perdiendo su tiempo con ella y tratado de juntar la gravedad con la mecánica cuántica sin lograrlo. Se ha quedado muy atrasada respecto a la experimental, que ha hecho grandes logros en el curso de los últimos 50 años y está logrando progresos inusitados, tratando con fotones y electrones individualmente.

Todo eso son éxitos de la ciencia básica y, sin embargo, es lo que en momentos de crisis los gobiernos suelen recortar.

La mayor parte de los gobernantes son políticos que no entienden de cultura moderna y quieren resultados inmediatos. Pero Obama lo ha entendido. A pesar de que como político ha sido un desastre completo, desde el comienzo ha apoyado la ciencia básica. Lo mismo pasa con los dos últimos presidentes argentinos. Por desastrosas que sean sus políticas en otros campos, han apoyado decididamente la investigación científica.

¿Y en España?

Sé que ha habido recortes a la ciencia y sé de españoles que han emigrado para hacer carrera en el exterior. Me parece una desgracia porque un déficit crónico de la cultura española fue la falta de científicos. España produjo su primer gran científico a finales del siglo XIX, Ramón y Cajal. La ciencia española se puso en el mapa después de la muerte de Franco y no ha pasado mucho tiempo desde entonces.

En filosofía de la ciencia, ¿recomienda algún autor español?

Mi amigo Miguel Ángel Quintanilla, filósofo de la técnica, me parece el más productivo y uno de los mejores a nivel mundial, lástima que solo escriba en castellano.

Usted dice que su vejez empezó a los 90 años y que por eso ha bajado su ritmo de producción intelectual. ¿Sigue escribiendo?

Sí, estoy adaptando mis memorias al inglés. Van a publicarse en castellano en el mes de septiembre. Además, escribo artículos.

Tiene cuatro hijos, dos argentinos y dos canadienses. ¿Todos se dedican a la ciencia?

No, solamente dos: el físico que trabaja en México y la neurocientífica cognitiva, profesora en Berkeley. Mi segundo hijo enseñaba matemáticas en la universidad, pero ya se jubiló, antes que yo. El otro es el arquitecto, que trabaja en Nueva York.

Las conversaciones en las cenas familiares deben de ser muy estimulantes…

Pocas veces nos juntamos los cuatro, pero estamos en contacto permanente. Mi hija y yo tenemos un intercambio muy intenso intelectualmente. Anoche, por ejemplo, me mandó un artículo sobre la crisis de la educación en medicina.

¿Y ella está de acuerdo con su visión de la ciencia?

Sí. Mire, una mañana lluviosa, hace ya muchos años, en la Costa Brava, ella estaba a punto de terminar la escuela intermedia entre el bachillerato y la universidad, y le pregunté: “¿finalmente has decidido a qué dedicarte?”. Me dijo “sí, a la neurociencia cognitiva”. Yo le había estado lavando el cerebro durante años, de modo que fue muy placentero para mí. [Risas].

Hay pocas personas de 96 años que conserven una capacidad intelectual como la suya. ¿Es herencia genética o cómo lo ha hecho?

Los Bunge no son longevos. No, es simplemente curiosidad. Hay una cantidad de problemas enorme que todavía no he resuelto y sigo trabajando en ellos. No tengo tiempo de morirme.

Ojalá sea así por más tiempo. Los demás disfrutaremos de su obra. Ω

 

[1] Coordinadora y redactora jefa de SINC. Periodista especializada en ciencia y tecnología, licenciada en Física.

¿Qué haríamos sin verdades?

Mario Bunge

La verdad anda de capa caída y raída. En efecto, los posmodernos no creen en ella: sostienen que nada se puede saber, que todo lo que creemos saber es ficción o metáfora. Según ellos, no hay verdades, sino sólo convenciones o “construcciones sociales”. Por esto, han decretado que las ciencias sociales son una rama de la literatura (presumiblemente, la rama aburrida). Algunos de ellos, en particular Bruno Latour, Steve Woolgar y Richard Rorty, han afirmado que incluso investigar en matemática y en ciencias naturales no es sino cuestión de hacer inscripciones y entablar conversaciones y negociaciones, nunca de buscar verdades.

         Pero los posmodernos no practican lo que predican. Por ejemplo, comen, se asean, se protegen de la lluvia, hacen maniobras para no ser atropellados por automóviles, procuran curarse cuando enferman, y revisan las cuentas que les llegan. O sea, no creen realmente que el hambre, la mugre, la lluvia, el tránsito, la enfermedad y las cuentas sean convenciones o construcciones sociales. De hecho, respetan la verdad aun cuando se ganen la vida despotricando contra ella.

En un país llamado Analitheia

¿Podrían ser coherentes los posmodernos? O sea, ¿es posible subsistir prescindiendo de toda verdad? Veamos. Imaginemos un país, al que llamaremos Analitheia, cuyos habitantes no creen en la verdad. O sea, los analitheicos no advierten la contradicción consistente en afirmar que es verdad que no hay verdades. No lo advierten o no les importa caer en contradicción, que es la peor de las falsedades.

         En Analitheia nadie busca verdades, porque se supone que, puesto que no existen, no se las puede encontrar. (¿No se parecen a Analitheia los países cuyos gobiernos gastan más en armamentos y medidas de seguridad que en investigación científica?) Por consiguiente, en Analitheia todos lo ignoran todo.

         En esa sociedad nadie aprecia el debate racional, porque no se acepta ningún conjunto de premisas que sirvan de punto de partida. Tampoco se conocen reglas de razonamiento para pasar de premisas verdaderas a conclusiones verdaderas.

         En Analitheia nadie confía en los demás, porque no hay motivo para creer que haya quienes suministren informaciones verdaderas. Por lo tanto, cuando alguien oye una afirmación que hace otra persona, la desdeña.

         Otra consecuencia es que en Analitheia no hay escuelas: nadie cree que pueda aprender, ni siquiera el sutil arte de mentir. Nadie toma decisiones bien fundadas, porque no se conocen reglas prácticas basadas sobre generalidades verdaderas. Todas las decisiones son impulsivas y por lo tanto llevan casi siempre al fracaso.

         En Analitheia no hay otro negocio que el trueque, porque se piensa que no tiene caso averiguar si una transacción es provechosa, un socio leal o un proveedor digno de confianza.

         No hay médicos, porque nadie cree en diagnósticos ni en medicamentos. Se desconfía de la medicina por creerse que genera enfermedades en lugar de tratarlas. Por consiguiente, la gente emplea sólo la farmacopea tradicional y los tratamientos basados en encantamientos, interpretaciones de sueños, y hechizos.

         En Analitheia tampoco hay abogados, porque no se puede aducir elemento de prueba alguno en favor o en contra de ninguna afirmación. Por consiguiente, la gente dirime sus diferencias a puñetazos.

         Tampoco hay un código moral mínimo, porque nadie conoce verdades morales, tales como “Está mal mentir”, “La crueldad es abominable”, “El altruismo es admirable”, “La lealtad es una virtud”, y “La paz es preferible a la victoria”.

         ¿Quién, en su sano juicio, querría vivir en Analitheia, donde nadie admite que es posible y deseable alcanzar verdades, aunque sean aproximadas? La vida en Analitheia es dura y precaria, porque en ella no hay ciencia, técnica, derecho, ni moral. Es una sociedad notablemente atrasada.

         Sin embargo, semejante sociedad podría producir arte, con tal de que no sea representativo ni sirva para comunicar o enseñar. Al fin de cuentas, para ser una obra de arte un artefacto no necesita ser verídico. Pero sería imposible enseñar arte sin suscitar preguntas embarazosas, tales como “¿Es verdad que mezclando pintura azul con pintura amarilla se obtiene pintura verde?”, y “¿Es verdad que la belleza está sólo en los ojos del espectador?”

         En Analitheia también podría florecer una ideología formalista que ordenase cumplir ciertos ritos. Pero no se podría alegar en su favor que tales ritos son probadamente eficaces. Habría que limitarse a sancionar a quienes no los cumpliese.

         Por consiguiente, en Analitheia, al igual que en los primeros asentamientos coloniales, podría haber cuarteles, cárceles y templos. Pero no habría escuelas, hospitales, ni tribunales. La vida sería, en palabras de Thomas Hobbes, “breve, fea y bestial”. Por algo Analitheia es una distopía, o sea, lo contrario de una utopía.

La búsqueda de la verdad

La moraleja de nuestra fábula es clara. La verdad no es sólo deseable: es de rigor en todos los terrenos. En otras palabras, la búsqueda y utilización de la verdad no debiera limitarse a la ciencia y la técnica. Debiera buscársela y empleársela donde quiera que el conocimiento sea interesante o útil, desde la agricultura hasta la cosmología y desde la sociología hasta la filosofía. Quien no busque verdades no las encontrará, y quien no encuentre ni use verdades a diario llevará una vida primitiva, aburrida e inútil, cuando no perjudicial a otros.

         ¿Es dogmática esta postura? No, porque el dogma obstaculiza la investigación y genera debates interminables, en tanto que la investigación rigurosa es fértil. En efecto, si un terreno, antes regido por la rutina y la superstición, se cultiva a la luz de la razón y la experiencia, puede terminar por incorporarse al sistema del conocimiento auténtico. Esto es lo que ocurrió con la medicina, la psicología y la sociología en el curso del siglo 20: se tornaron científicas.

         En resolución, la vida que hoy consideramos normal requiere una rica panoplia de verdades de todo tipo. Los posmodernos, que niegan la verdad, sobreviven sólo porque hay otros que trabajan por ellos, ajustándose al precepto de que los seres racionales sólo actúan sobre la base de verdades que, aunque a menudo imperfectas, son casi siempre perfectibles. Ω

Facultad de Pseudociencias1

Mario Bunge

Las pseudociencias, tales como la astrología y la quiromancia, siempre han sido populares, a menudo más que las ciencias. Ahora, cuando está de moda exigir que las universidades satisfagan la demanda del mercado, habría que enseñarlas abierta y sistemáticamente, en lugar de hacerlo solapadamente en las facultades de humanidades. El consumidor tendría que poder elegir libremente entre la Facultad de Ciencias y la Facultad de Pseudociencias. Y el diploma debiera autorizar a ejercer la profesión.

            Esta idea no es mía ni nueva; hace casi un siglo Freud, el fundador de la pseudociencia más exitosa del siglo pasado, propuso un plan detallado de una Facultad de Psicoanálisis en la Universidad de Viena. Su plan de estudios incluía numerosos cursos de psicoanálisis, mitología y literatura. Nada de psicología experimental ni de neurociencias, desde luego, porque quienes trabajan en estos campos tienen la nefasta manía de exigir pruebas.

El empresario académico que se propusiera crear una Facultad de Pseudociencias no tendría la menor dificultad en reclutar profesorado ni alumnado

El defecto del plan de Freud es que era unilateral: sólo incluía el psicoanálisis. El mío es amplio y abierto: incluye todas las principales pseudociencias conocidas, así como las por inventar. En efecto, mi plan de estudios de la Licenciatura en Pseudociencias es el que sigue.

         Primer año: Introducción a las pseudociencias, Historia de las pseudociencias, Astrología, Alquimia, Piramidología, Demonología. Trabajos prácticos: transmutación de plomo en oro; construcción de horóscopos; búsqueda de napas de agua mediante la horqueta; levitación; reconstrucción de una pirámide egipcia; entrar en contacto espiritual con un demonio.

         Segundo año: Homeopatía, Naturopatía, Psicoanálisis freudiano, Numerología. Trabajos prácticos: manufactura de remedios homeopáticos para curar el cáncer, la diabetes o el mal de amores; identificar el complejo relacionado con la bisabuela materna; hallar el significado simbólico del número de Avogadro.

         Tercer año: Psicoanálisis jungiano, Parapsicología, Memética, Psicología evolutiva, Grafología, Seminario I. Trabajos prácticos: encontrar las sincronías entre tsunamis y terremotos políticos; tocar la flauta a distancia; explicar la última de las 10.000 religiones registradas en los EEUU como una adaptación al medio ambiente del Paleolítico; hallar el significado simbólico de los sueños de un terrorista notorio.

         Cuarto año: Diseño inteligente (ex-Creacionismo científico), Astronomía de universos paralelos, Medicina holística, Genética egoísta, Psicoanálisis lacaniano, Derecho del ejercicio ilegal de la medicina, Filosofía de la pseudociencia, Seminario II. Trabajos prácticos: averiguar los designios del Altísimo cuando diseñó el piojo y la muela del juicio; averiguar algunos rasgos de un universo en el que fallen las leyes de la termodinámica; diagnóstico y tratamiento holístico del callo plantal; buscar el gen de la afición al fútbol, al póquer o a la pseudociencia; inventar trucos para evitar pleitos iniciados por clientes desagradecidos; elaborar una filosofía de la ovnilogía, la reflexología, el psicoanálisis o la memética.

            Los seminarios I y II se dedicarían a estudiar teorías o prácticas situadas entre la ciencia y la pseudociencia, tales como las teorías de cuerdas, del comienzo del universo a partir del vacío y de la elección racional.

            Preveo que el empresario académico que se propusiera crear una Facultad de Pseudociencias no tendría la menor dificultad en reclutar profesorado ni alumnado, sobre todo por cuanto en este campo no caben pruebas de idoneidad. Tampoco tendrá dificultad alguna en formar una biblioteca especializada en pseudociencias, como puede comprobarse visitando cualquier librería. Pero seguramente el empresario tendría que hacer frente a la competencia de las facultades de ciencias, medicina e ingeniería. En este caso podrá recurrir a los argumentos siguientes, que ofrezco sin cargo.

         Primero: la libertad académica incluye la libertad de enseñar cualquier cosa, incluso que dos más dos es igual a siete y que la Tierra es plana.

         Segundo: puesto que la ciencia es falible, es posible que la pseudociencia de hoy sea la ciencia de mañana.

            Tercero: en la época posmoderna todo es relativo, no hay verdades objetivas ni es necesario poner a prueba lo que se conjetura.

            Cuarto: el tiempo es oro, y se lo ahorra aprendiendo una pseudociencia en lugar de una ciencia.

            Quinto: el instrumental que necesita la investigación experimental se está haciendo tan costoso que incluso a los países más poderosos les convendría cultivar disciplinas que no requieren experimento alguno.

            Sexto: la universidad posmoderna es una empresa, y como tal tiene el derecho y el deber de suministrar los productos que demande el consumidor.

            Séptimo: en ciertos países ya funcionan facultades de humanidades en las que sólo se enseñan doctrinas posmodernas (por ejemplo, que la historia es una rama de la literatura) y facultades de psicología en las que se enseña exclusivamente el psicoanálisis. La facultad que propongo no hace sino generalizar y proclamar abiertamente lo que otras hacen en forma estrecha y solapada.

            Estos argumentos me parecen impecables. Sólo me asaltan tres dudas. Primera: ¿se legitimizan el autoengaño y la estafa al enseñarlos en la universidad? Segunda: ¿es necesario que la universidad deje de ser el principal taller de búsqueda de verdades? Tercera: dado que el derecho al macaneo es uno de los derechos del hombre, ¿por qué exigir diploma para ejercerlo? Ω

[1] * Fragmento de 100 ideas. El libro para pensar y discutir en el café’, Biblioteca Bunge de Editorial Laetoli (www.laetoli.es).

“De todas las pseudociencias, la más peligrosa es la teoría económica ortodoxa ”: Mario Bunge

(Entrevista de Daniel Arjona para el diario español El Mundo al filósofo argentino radicado en Canadá Mario Bunge)[1]

27/03/15

Si buscamos al científico nativo en español más citado de los dos últimos siglos, según el exhaustivo Hall of Fame hecho público recientemente por la Association for the Advancement of Science, el primero que encontramos de una lista encabezada por Bertrand Russell, Charles Darwin y Albert Einstein es al también filósofo escéptico y apasionado racionalista argentino Mario Bunge (Buenos Aires, 1919). En Las pseudociencias, ¡vaya timo! (Laetoli) Bunge, de cuya extensísima producción intelectual dan cuenta medio centenar de libros escritos, recopila sus textos fundamentales sobre las pseudociencias y presenta una apología irrenunciable de la ciencia. Y una vacuna contra los timos que nos infectan a diario: pulseras energéticas, babas de caracol rejuvenecedoras, horóscopos, cátedras homeopáticas en universidades, supercuerdas…

¿Por qué la filosofía?

—Stephen Hawking dispensa en su último libro sendas necrológicas de la religión y de la filosofía. ¿Por qué usted, reconocido ateo, se niega a dejar de ser filósofo por mor de ser científico?

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¿Hacia la sociedad igualitaria?1

Mario Bunge

Desde hace dos décadas se nos prometen dos utopías igualitarias en reemplazo del socialismo, que, nos aseguran, ha fracasado definitivamente (cuando de hecho nunca se lo practicó). Ellas son las del libre comercio y la www. Acabamos de ver que la primera no cumple lo que promete. Según la utopía informática, tanto las personas como las naciones nos igualamos a medida que nos enchufamos en la red. ¿Qué hay de cierto en esta profecía?

La idea de que Internet globalizará y perfeccionará la democracia se funda en el supuesto de que sólo la información habrá de contar, y que ésta es universalmente accesible. ¿Es realmente así? Veamos. Es cierto que la revolución informática está expandiendo la democracia cultural, es decir, el acceso popular a bienes culturales, tanto auténticos como falsificados. Pero al mismo tiempo el uso de Internet se limita al Sigue leyendo

Ética médica social1

Mario Bunge

La ética médica social no se ocupa directamente de la salud individual, sino de acciones colectivas dirigidas a proteger el bienestar individual. Estas acciones ocurren en la calle, en parlamentos, oficinas públicas, hospitales, clínicas, laboratorios de investigación biomédica y empresas farmacéuticas. Esos problemas van desde la discusión de un reglamento hospitalario o municipal, o un proyecto de ley, hasta una manifestación callejera. Algunas de las acciones de este tipo se han dado desde que, en la antigua Roma, el Estado asumió la responsabilidad por la sanidad pública, pero se multiplicaron y agudizaron al asomar el Estado de bienestar a fines del siglo XIX, cuando las políticas sanitarias fueron sometidas al voto popular.

Algunos de los problemas actuales de la bioética social surgen de la posibilidad de controlar la industria farmacéutica sin quitarle el incentivo que la lleva a arriesgar capital en la exploración de compuestos promisorios. Echemos un vistazo a algunos problemas de esta clase: uso de voluntarios en ensayos clínicos masivos, elitismo de la farmacopea contemporánea, cese de ciertas investigaciones y escasez de fármacos genéricos.

De vez en cuando se denuncian algunos de los abusos a que se presta el ensayo clínico masivo, el que habitualmente involucra a numerosos inmigrantes sin familia. Este problema, de la violación de derechos humanos en el curso de la búsqueda de verdades que tienen precios, aún no ha sido resuelto, porque atañe al Estado, y casi todos los Gobiernos se han inclinado ante la más lucrativa de las industrias. Una solución posible es reglamentar la prestación del cuerpo, exigiendo que todos los ensayos clínicos se hagan bajo supervisión de autoridades sanitarias y, por tanto, en universidades u hospitales públicos, en lugar de laboratorios privados.

Solamente los habitantes del Primer Mundo (unos 1.000 millones ) y los miembros de la capa superior del resto del mundo (otro millar de millones) pueden comprar las drogas que producen los consorcios farmacéuticos. El resto de la humanidad, unos 5.000 millones de seres humanos, no tiene acceso a esos productos, ya porque no tienen medios, ya porque sus chamanes les aconsejan evitar la medicina científica. Además, esas grandes corporaciones no producen vacunas ni remedios accesibles contra la mayoría de las enfermedades tropicales, entre ellas el paludismo, el dengue y las enfermedades de Chagas y del sueño. Les conviene mucho más promover Viagra y antidepresivos que diseñar fármacos para tratar enfermedades de pobres.

O sea, la farmacología moderna sólo llega a dos de cada siete habitantes del planeta. No culpemos a esa ciencia de este desastre: la culpa es del mismo régimen socioeconómico que hace que solamente los campesinos que practican la agricultura de subsistencia ansíen obtener buenas cosechas: a quienes cultivan para vender no les conviene la abundancia porque abarata los precios. Ésta no es la única ni la peor de las «patologías» del mercado, que han evitado sólo unas pocas naciones, en partículas las escandinavas. Los médicos no pueden curarlas, porque el cuerpo social no es un organismo. Pero al menos pueden abstenerse de la complicidad.

Las drogas anticáncer son perfectibles, pero los farmacólogos que procuran mejorarlas tienen dificultades crecientes en conseguir subsidios para su investigación, como lo declaró Richard J. Roberts, premio Nobel en medicina (Amiguelet, 2007). Y casi todas las grandes firmas farmacéuticas han desmantelado recientemente sus laboratorios de psicofármacos: les basta los que tienen en venta, y la investigación del cerebro ha estado rindiendo utilidades decrecientes durante la última década. Ω

El problema comercial fue resuelto de un teclazo, pero el científico técnico persiste: los psicofármacos existentes no son tan eficaces como las demás drogas y, por añadidura, tienen graves efectos adversos que la investigación podría subsanar. ¿A quiénes acudirán los pacientes mentales que siguen sufriendo pese a que toman los fármacos existentes? No es difícil adivinarlo: irán donde los psicocharlatanes.

Finalmente, otro conflicto entre el bien privado y el público es que actualmente están escaseando medicamentos genéricos en el mercado. Esto se debe a que las firmas farmacéuticas les conviene mucho más fabricar drogas protegidas por patentes. Esta escasez no es inesperada ni producto de una conspiración, porque las empresas farmacéuticas  no son sociedades de beneficencia sino de lucro. Algunos Gobiernos se han hecho cargo de la emergencia actual y han encargado drogas a laboratorios menores. Pero ocurrirán otras emergencias, en particular pandemias imprevistas, que dejarán un tendal de muertos. Puesto que el Estado protege la salud en todas las sociedades civilizadas, le toca al Estado, tal vez combinado con el sector privado, asegurar la provisión normal de medicamentos como una función normal de la sanidad pública, al modo en que asegura el funcionamiento de las obras sanitarias.

En conclusión, por ser el bien más preciado después de la seguridad, la salud es también el que más se presta tanto al acto altruista como a la explotación. Por este motivo, es preciso que tanto el Estado como las asociaciones de bien público controlen la práctica médica y de la industria farmacéutica para proteger a los más vulnerables: los enfermos. Ω

 


[1] Tomado de Filosofía para médicos. Gedisa. Agentina. 2012, p.182-184.

Una tragedia griega

Mario Bunge

La historia que contaré sucedió hace casi medio siglo, cuando Grecia era aún un reino. Ocurrió en una aldea fundada por espartanos que huían de la arrolladora invasión otomana. La aldea fue llamada Lákones, en recuerdo de la tierra natal, pero los lakonides son cualquier cosa menos lacónicos.

Lákones es una aldea sin pretensiones, montada sobre una cumbre, a salvo de piratas. Sus habitantes gozarían de una vista maravillosa del Mar Jónico si lo miraran, cosa que nunca hacen. No tienen tiempo: cuando no trabajan, conversan.

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Las tres clases de pseudociencias. Y cómo acabar con ellas

Algunas sobreviven, otras decaen
y también están aquellas que florecen.
 ¿Cómo se puede combatir a estas plagas culturales?

Mario Bunge

Durante el último cuarto de siglo, con las pseudociencias ocurrió lo que suele ocurrir con las plagas biológicas: algunas prosiguen, otras están finalizando y otras más han emergido. Empezaremos por recordar algunos ejemplos de las tres clases y terminaremos replanteándonos las viejas preguntas: ¿por qué siguen prosperando tantas pseudociencias? ¿Y qué podemos hacer para acabar con ellas?

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El presidencialismo, un verdadero cáncer1

Mario Bunge

Es sabido que hay dos regímenes de gobierno democrático: el parlamentario, de origen británico, y el presidencial, de estilo norteamericano. También es sabido que casi todas las repúblicas del Tercer Mundo son presidencialistas.

En el régimen parlamentario, el primer ministro y sus colegas del gabinete son diputados elegidos por la ciudadanía. Sus poderes están estrictamente limitados y sus actos son juzgados constantemente, ya que sus opositores les exigen cuentas y los interpelan todas las semanas en el recinto parlamentario, en sesiones televisadas.

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Escuelas de violencia1

Mario Bunge

Todos los días desayunamos y cenamos con noticias de violencia individuales y colectivas. Muchos se preguntan cómo es posible que aumente la violencia a medida que progresa la civilización. Olvidan que los salvajes son más pacíficos que los civilizados. Tan es así, que cuando pelean usan las mismas armas que emplean para cazar animales. Sólo los civilizados usamos armas diseñadas y construidas exclusivamente para matar al prójimo.

Los salvajes son más pacíficos que nosotros porque tienen menos motivos o excusas que nosotros para agredir. A los civilizados casi nunca nos falta causa o pretexto inconcebibles en comunidades primitivas tales como las de los indios amazónicos o los esquimales. Estos no atacan en nombre de la bandera, el partido, la iglesia, o siquiera el equipo de  fútbol, porque no los tienen.

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Superar el 4 a 0

Mario Bunge

—¿Escuchaste la mala noticia?

—¿Cuál de ellas?

—Que Alemania nos ganó 4 a 0 en el campeonato mundial.

—¿Campeonato de qué?

—De fútbol. ¿De qué otra cosa iba a ser? ¿De matemática? ¿De benevolencia?

—¿Cómo? ¿No éramos los mejores? ¿Qué pasó?

—Que lo pusieron a Maradona de entrenador.

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Teoría y práctica del cooperativismo: de Louis Blanc a La Lega y Mondragón

Mario Bunge

La teoría económica estándar presupone que todas las empresas son privadas. Pero de hecho en todos los países hay firmas estatales y mixtas, así como empresas cooperativas además de las privadas, y las primeras no se ajustan a las presuntas leyes del mercado, ya que no procuran maximizar sus utilidades. En efecto, la meta de la empresa estatal es servir al público, en tanto que la finalidad de la cooperativa es beneficiar a sus miembros de manera igualitaria y solidaria. Todos saben esto, salvo los profesores de economía que prefieren vivir en la Luna, lugar en que reina soberano el mercado libre, en el que nadie produce nada, pero todos venden o compran algo para beneficio mutuo.

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Las leyes no bastan

Mario Bunge

Aldo, un ingeniero amigo mío que desempeña un alto cargo en una compañía transnacional de tecnología de punta, me contaba el otro día lo que le disgusta acerca de cierto país hermoso y avanzado que llamaré Z.

—Mi trabajo me gusta y gano muy bien, pero me amargo en cuanto salgo a la calle o entro en un banco o en una oficina pública. Si tengo la suerte de encontrar aparcamiento, a mi regreso encuentro a mi auto bloqueado por dos hileras de coches estacionados ilegalmente. Si hago cola en un banco, alguien que está detrás mío será invitado a romper filas por un amigo suyo que está detrás del mostrador. En una agencia estatal no conseguiré nada sin soborno. Incluso para pagar impuestos hay que hacer cola y sobornar, y esto en un país en el que la mayoría de los ricos sólo declaran un décimo de lo que ganan.

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