Agatha Christie
John Harrison salió de su casa y se detuvo por un momento en la terraza mirando hacia el jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. Su aspecto normalmente era sombrío, pero cuando, como ahora, sus rasgos se suavizaban en una sonrisa, había en él algo muy atractivo.
John Harrison amaba su jardín, que nunca había estado mejor que en esta tarde veraniega y lánguida de agosto. Las rosas del sendero estaban bellas todavía y los garbanzos dulces perfumaban el ambiente.