Eva-Lis Worio[2]
El viejo Vicente, de Formentera[3], era tal vez el hombre más feliz que he conocido. Y también, quizá, el más pobre.
Era un individuo alto, seco, cadavérico, como un junípero, arrugado y macilento, y no poseía ni una sola prenda de ropa que no estuviese remendada. Vivía en Cala Pujol, en una choza hecha de piedras, leña y ramajes, con un rústico y enmohecido brasero a guisa de cocina y un par de potes de hierro descascarillados, desechados de los pescadores, en los que comía. Pero poseía también un excelente bañador[4], un par de zapatos marinos y una máscara de inmersión y, como ya he dicho, era un tipo feliz. Sigue leyendo