Brexit y xenofobia

Mucho se ha escrito sobre las consecuencias que a mediano y largo plazos tendrá el brexit para el Reino Unido y la Unión Europea. Pero hay una que se está presentando ya: las manifestaciones de xenofobia.

En el mercado de Gloucester, un hombre exigía a gritos respuestas a quienes hacían cola: “¡Esto es ahora Inglaterra! —bufaba el energúmeno—. Los extranjeros tienen 48 horas para salir de aquí. ¿Quién es extranjero? ¿Eres español? ¿Italiano? ¿Rumano?”

En la escuela St. Peter’s de Huntingdon —una villa de poco más de 20,000 habitantes a una hora de Londres, con una comunidad polaca de 10,000 personas— apareció un cartel en inglés y mal traducido al polaco: “No más parásitos polacos”. Además, decenas de vecinos de la misma nacionalidad encontraron en sus buzones mensajes intimidatorios —unas 200 cartas—, lo que no hubiera sido posible si el hostigamiento no hubiera estado organizado.

En el centro cultural polaco de Hammersmith, en Londres, se colocaron letreros ofensivos. En el este de la capital un joven también polaco y su padre fueron apaleados. En Newcastle, el ultraderechista Frente Nacional llevó a cabo una manifestación celebratoria del resultado del referéndum en la que se corearon consignas contra los inmigrantes.

El alcalde de Londres, Sadiq Khan, exhortó a los londinenses a estar en guardia contra la xenofobia. “Es mi responsabilidad —dijo— defender la fantástica mezcla de diversidad y tolerancia en Londres”. El primer ministro inglés, David Cameron, telefoneó a la jefa del gobierno de Polonia, Beata Szydlo, a quien expresó su preocupación por los ataques y le aseguró que hará todo lo posible por defender a los polacos. En el Reino Unido viven alrededor de 800,000.

La xenofobia —como el racismo, el nacionalismo, la homofobia y la intolerancia religiosa— es una de las formas de la heterofobia, definida por Fernando Savater en su Diccionario filosófico como “el sentimiento de temor y odio ante los otros, los distintos, los extraños, los forasteros, los que irrumpen desde el exterior en nuestro círculo de identificación”.

La heterofobia es un atavismo colectivo dentro de la sociedad moderna. Nuestros ancestros exteriorizaban su pertenencia al grupo con actitudes hostiles contra quienes no pertenecían a la tribu. Ese primitivismo ignora el fundamento de los derechos humanos: la dignidad de todo individuo depende de su pertenencia a nuestra especie, de su calidad humana, y no de su procedencia o su identidad racial, sexual, ideológica o nacional. La humillación del otro, del distinto, supone que no se consideran sus sentimientos, sus aspiraciones, sus sueños y sus intereses tan respetables como los propios.

La heterofobia se expande y se magnifica ante los fenómenos migratorios, que no han cesado desde el principio de la humanidad. Hannah Arendt vislumbró un mundo con enormes contingentes de refugiados, desposeídos de todos los derechos y obligados a buscarlos lejos de su patria. No se equivocó, por desgracia.

Los migrantes huyen por hambre, por falta de posibilidades de ascenso social o de realización del proyecto de vida, por intolerancia política o religiosa, por catástrofes naturales o bélicas, y buscan un mejor lugar para vivir. Son atraídos por las expectativas de sobrevivencia o de vida digna, de tolerancia, de derechos de los que no disfrutan en sus países de origen. O por oportunidades no siempre abundantes ahí donde se meció su cuna.

Los migrantes son tan humanos como los oriundos del país de recepción. No eligieron el lugar donde fueron dados a luz ni nacieron allí por castigo divino a algún pecado cometido, de la misma manera que los residentes en países en los que gozan de bienestar no hicieron mérito alguno para merecer esa residencia.

A esos fuereños se les puede negar hospitalidad o se les puede dar la bienvenida —con el límite, claro, de los recursos de cada país— compartiendo con ellos derechos y libertades, brindándoles solidaridad. La primera opción es la del cíclope Polifemo; la segunda es una tradición civilizada. Albert Camus escribió que los derechos humanos no son un aplazable prejuicio mientras la sociedad sea injusta sino que son inaplazables porque la sociedad es injusta. Ω