Karel Capek
—…¿Me pregunta que qué tengo contra El? Se lo voy a explicar claramente, vecino. No es que esté en contra de sus enseñanzas, eso no. Una vez escuché sus predicaciones y le digo a usted poco faltó para que me convirtiera en su discípulo. Aquella vez volví a casa y le dije a mi primo el guarnicionero: “Tú debías oírle. Te digo que, a su manera, es un profeta. Habla muy bien hay que reconocerlo”. A uno se le alegra el corazón. Aquel día tenía yo los ojos llenos de lágrimas, hubiera cerrado la tienda muy a gusto y me hubiera ido tras él para no perderle nunca de vista, “Reparte todo lo que tienes, dijo, y sígueme. Ama a tu prójimo, ayuda al pobre y perdona al que te ofendió”, y cosas por el estilo. Yo soy un sencillo panadero, pero cuando le oía sentía dentro de mí una alegría y un dolor tan extraños… No sé como decirlo… Una fuerza que me hacía arrodillar en tierra y llorar y, al mismo tiempo, algo tan bello y tan ligero como si de mí se hubieran desprendido todas las preocupaciones, toda la maldad. Entonces, pues, fue cuando le dije a mi primo: “Tú, tonto de capirote, debería darte vergüenza lo que haces, hablas de tonterías, que si éste o el otro te deben, que si tienes que pagar los diezmos, recargos e impuestos, etc. Mejor sería que repartieras entre los pobres lo que tienes, dejaras a tu mujer y a tus hijos y le siguieras”. Sigue leyendo →