Luis de la Barreda Solórzano
En Cuba no sólo
están proscritos los partidos políticos —salvo el partido del régimen—, las
organizaciones civiles que no sean incondicionales del gobierno y la prensa
—excepto la oficial—: tampoco se permite manifestación alguna en que se exprese
una queja o una protesta.
En Cuba, las
expresiones de inconformidad pueden costar muy caro. Los descontentos que
tienen la osadía de salir a la calle a manifestarse pueden ser apaleados por
las pandillas de incondicionales del régimen, que actúan instigadas por el
gobierno y a sabiendas de que sus fechorías quedarán en la impunidad.
Pero ser apaleado
por una turba es poca cosa si se compara con las acusaciones grotescas que se
pueden enderezar a los disidentes, las cuales dan lugar a juicios
inquisitoriales en los que no existe ni debido proceso ni defensa que merezca
ese nombre ni juzgador independiente. En Cuba no hay verdadera división de
poderes: el Poder Judicial no es un auténtico poder.
Las acusaciones más
grotescas —del tipo de traición a la revolución, gestos contra la moral
socialista o subversión del orden público— suelen dar lugar a farsas de
enjuiciamiento en las que la culpabilidad está decidida de antemano y las
condenas pueden ser de decenas de años de prisión, como si el acusado hubiese
cometido homicidio u otro delito de similar gravedad.
Todo cubano sabe
muy bien lo anterior. Y, sin embargo, varios miles salieron a la calle,
venciendo el temor a las represalias, hartos de la opresión, del hambre, del
desabasto de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad, de
los insultantes privilegios de los gobernantes, gritando principalmente
“libertad”, “abajo la dictadura” y “patria y vida”.
“Patria y vida” es
el lema con que los descontentos han sustituido el tétrico “patria o muerte” de
Fidel Castro y el Che Guevara. Sí, ellos anhelan lo que cualquier ser humano
que no sea un fanático o un masoquista: una vida plena, gozosa y, sobre todo,
libre, en la que cada cual sea dueño de su senda vital. Fidel y el Che,
admirados por jóvenes de todo el mundo que no han vivido en Cuba, causaron
muchas muertes por lograr su ideal de patria.
La versión del
gobierno cubano fue la típica de toda dictadura: los manifestantes no se quejan
por la situación prevaleciente en el país, sino que son mercenarios al servicio
del imperialismo yanqui. Más ridícula no podría ser esa lectura de la protesta,
pues no se trata de unos cuantos sobornados, sino de miles y miles de
habitantes que son sólo un segmento de los millones de cubanos a quienes más de
60 años de tiranía han llevado al hartazgo, y su queja ha sido respaldada por
lo mejor de los artistas e intelectuales de la isla.
La revolución
cubana, como sus gemelas ideológicas, se propuso generar al hombre nuevo, como
si nuestra especie no fuera tan antigua biológica y antropológicamente, y en
ese afán delirante ha perseguido, encarcelado y asesinado a quienes, a juicio
de la casta en el poder, no responden a esa categoría: homosexuales, católicos,
demócratas, periodistas, artistas y escritores críticos, defensores de derechos
humanos.
La reacción del
gobierno pone en claro lo que el régimen entiende por hombre nuevo: es aquel
que guarda resignado silencio ante las carencias y la cancelación de las
libertades, el que siempre está dispuesto a tomar un palo para ir a aporrear a
los inconformes, el incondicional de los detentadores del poder.
En cambio, quienes
tienen el valor y la dignidad de reclamar lo que a todo ser humano corresponde,
los derechos humanos, son tratados como enemigos por los gobernantes, lo cual
no responde, como suele creerse, a obcecación ideológica ni a la creencia de
que no se justifica la protesta, sino al temor de la casta en el poder de
perder sus lujos y sus privilegios, inalcanzables para el resto de los cubanos.
Fuente:
https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/el-incondicional-hombre-nuevo/1461298
(26/07/21)